Contentarse con lo que uno tiene, ese es el lema que debe regir el tema de los dones. Si uno tiene un don, que no pida más, ni siquiera los desee. Que uno no tiene ningún don extraordinario, pues que agradezca los dones ordinarios que posee. La ambición de dones, o incluso de un solo don, es como cualquier otra ambición. La gente no ambiciona la cruz, ni la vida ascética, ni los sufrimientos, se ambiciona lo visible, lo que causa admiración. La gente no suele ambicionar estar con Jesús en el Calvario, ni en el desierto, sino en el Tabor, en los grandes milagros. San Pablo dice que ambicionemos los carismas mejores, es decir, el amor, la esperanza, la fe.
La palabra de Dios en la Segunda Carta a los Corintios hace una sola excepción a este consejo, anima a que se pida un don, uno solo, y es cuando el Apóstol dice que si uno tiene el don de lenguas que pida también el don de interpretar lo que dice. Pero es una excepción ya que sólo dice que lo pida el que ya tenga el don de lenguas.
Si bien, sí que se pueden suplicar a Dios dones extraordinarios si esos dones no van a ser vistos por los demás y por lo tanto no van a ser causa de admiración y por ende de soberbia. Por ejemplo, un exorcista podría pedir una luz sobrenatural para reconocer los casos ocultos. Pero debería pedir esa luz para recibir ese tesoro y ocultarlo.
Sobre este asunto de los dones jamás me olvidaré de lo que oí hace años por boca de una posesa. Yo llevaba orando todo el día a Dios para que me ayudara a comprender, pues había hablado con una mujer de mi equipo que tiene dones pero que me había dicho una cosa que no cuadraba para nada con la doctrina de la Iglesia. Y esa noche, en un exorcismo, una posesa que no sabía nada de mi conversación de la mañana, comenzó en un momento dado a reírse. Era el demonio que se reía de cómo influía en personas de mi equipo. Y después de reírse, dijo con burla, con un soniquete musical que nunca olvidaré:
“Una tiene llamamientos y lo deja todo. Hay engaños. El orgullo, el orgullo, el orgullo, el Diablo engaña, engaña a través de los dones, la gente termina creyendo que el don es suyo, termina olvidando que el don no es suyo, es un don de Dios. Y por ahí entran, cuando se creen que el don es suyo, y que por sufrir terminan teniendo ese don, y que ellos generan la luz. Tientan por ahí, tientan por ahí. Terminan hablando como si supieran más que los demás. Hablan como iluminados.”
Padre José Antonio Fortea.