martes, 3 de enero de 2017

LOS SANTOS Y EL SANTO NOMBRE


Todos los Santos tienen un inmenso amor y confianza en el Nombre de Jesús. Ellos vieron en este Nombre con una clara visión, todo el amor de Nuestro Señor, todo su poder, todas las cosas bellas que dijo e hizo en la tierra. Hicieron todas sus obras maravillosas en el Nombre de Jesús. Obraron milagros, echaron demonios, curaron enfermos y confortaron a todos usando y recomendándoles se que acostumbraran a invocar al Santo Nombre. 

San Pedro y los Apóstoles convirtieron al mundo con este Nombre Todopoderoso. El Príncipe de los Apóstoles empezó su gloriosa carrera predicando el Amor de Jesús a los judíos en las calles, en el Templo, en sus sinagogas. Su primer gran milagro ocurrió el primerdomingo de Pentecostés cuando iba a entrar en el Templo con San Juan. Un hombre cojo, bien conocido por los judíos que frecuentaba el Templo, estrechaba su mano esperando recibir limosna. San Pedro le dijo: “No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: En el Nombre de Jesucristo Nazareno, levántate y anda”. (Hechos 3-6). Instantáneamente, el cojo se levantó y brincó de júbilo. Los judíos estaban atónitos, pero el gran apóstol les dijo: “¿Por qué os maravilláis de esto... como si por nuestro propio poder o piedad le hubiésemos hecho andar? El Nombre de Jesús por la Fe en él, ha devuelto la fuerza a este hombre”.

Innumerables veces desde esos días de los Apóstoles el Nombre de Jesús ha sido glorificado. 

Citaremos algunos de los incontables ejemplos que nos muestran cómo los Santos derivan toda su fuerza y consolación en el Nombre de Jesús.

San Pablo era de una manera muy especial, el predicador y el doctor del Santo Nombre. Al
principio, fue un furioso perseguidor de la Iglesia, movido por un falso celo y odio hacia Cristo. Nuestro Señor se le apareció en el camino de Damasco y le convirtió, haciendo de él el apóstol de los gentiles y dándole su gloriosa misión, que era predicar y dar a conocer su Santo Nombre a príncipes y reyes, a judíos y gentiles, a todas las gentes y naciones.

San Pablo, lleno con ardiente amor por Nuestro Señor, empezó su gran misión desarraigando el paganismo, derribando falsos ídolos, confundiendo a filósofos de Grecia y Roma, temiendo a enemigos y conquistando todas las dificultades- todo en el Nombre de Jesús.

Santo Tomas de Aquino dice de él: “San Pablo llevó el Nombre de Jesús en su frente porque se gloriaba en proclamarlo a todos los hombres. Él lo llevaba en sus labios porque adoraba invocarlo, en sus manos ya que le encantaba escribirlo en sus Epístolas; en su corazón, porque su corazón ardía por su amor. Él mismo nos dice: “Yo no vivo, es Cristo quien vive en mí”.

San Pablo nos dice en su propia y bella manera las dos grandes verdades acerca del Nombre de Jesús. Primero que todo, nos dice el infinito poder de Su Nombre. “Al Nombre de Jesús doblan las rodillas todas las criaturas del cielo, la tierra e infierno”. Todas las veces que decimos “Jesús”, damos una infinita alegría a Dios, a todo el Cielo, a la Bendita Madre de Dios y los Ángeles y a los Santos.

En segundo lugar, nos dice cómo usarlo. “Lo que sea que hagas, cuando hablas o trabajas, hazlo todo en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo”, y añade: si comes o bebes o cualquier cosa que hagas, hazlo todo en el Nombre de Jesús.

Este consejo lo siguieron todos los Santos, así que todos sus actos fueron hechos por amor a Jesús y por esto todos sus actos y pensamientos ganaban o les hacían ganar gracia y méritos. Era por este Nombre que ellos se hacían santos. Si seguimos este mismo consejo del Apóstol, nosotros también podemos alcanzar un grado muy alto de santidad. ¿Cómo lo haremos todo en Nombre de Jesús? Acostumbrándonos, como ya hemos dicho, a repetir el Nombre de Jesús frecuentemente durante el día. Esto no presenta dificultad solamente se necesita buena voluntad.

San Agustín, el gran Doctor de la Iglesia, encontró sus delicias en repetir el Santo Nombre. Él mismo nos dice que encontraba mucho placer en los libros que hacían mención frecuente de este Nombre todo-consolador.

San Bernardo sentía un maravilloso gozo y consolación en repetir el Nombre de Jesús. Lo
sentía, dice, como miel en su boca y una deliciosa paz en su corazón. Nosotros también sentiremos paz aún, en nuestra alma si imitamos a San Bernardo y repetimos frecuentemente el Santo Nombre.

Santo Domingo pasó sus días predicando y discutiendo con herejes. Él siempre fue a pie de sitio en sitio, tanto en los opresivos calores del verano como en el frío y la lluvia del invierno. Los herejes Albigenses, a quienes él trataba de convertir, eran más como demonios salidos del infierno que hombres mortales. Sus doctrinas eran infames y sus crímenes innumerables. Aún así, como otro San Pablo, convirtió cien mil de estos hombres malvados, así que muchos de ellos, se hicieron destacados por su santidad. Cansado por las noches por sus trabajos, él pidió solamente un premio que era pasar la noche delante del Santísimo Sacramento derramando su alma en amor de Jesús. Cuando su pobre cuerpo no pudo resistir más, apoyó la cabeza en el altar y descansó un poco, después, empezó una vez más su íntima conversación con Jesús. A la mañana siguiente, celebró Misa con el ardor de un serafín, así que a veces su cuerpo se levantaba del suelo en un éxtasis de amor. El Nombre de Jesús llenaba su alma de gozo y deleite.

Beato Jordan de Sajonia, que sucedió a Santo Domingo como Padre General de la Orden, era un predicador de gran renombre. Sus palabras iban directas al corazón de sus oyentes pero sobre todo cuando les hablaba de Jesús. Sabios profesores de ciudades universitarias venían con deleite a oírle y muchos de ellos se hacían Dominicos. Otros frailes temían venir porque serían inducidos también a unirse a su Orden. Tantos fueron arrastrados por la irresistible elocuencia del Beato Jordan que cuando su visita era anunciada en una ciudad el prior del Convento traía enseguida gran cantidad de tela blanca para hábitos para aquellos que solicitarían, por seguro, entrar en la Orden. El mismo Beato Jordan recibió mil postulantes al hábito, además de los más destacados profesores de las universidades europeas.

San Francisco de Asís. Este ferviente serafín de amor encontró su deleite repitiendo el amado Nombre de Jesús. San Buenaventura dice que la alegría que iluminaba su cara y el tierno acento de su voz mostraba cuanto le gustaba invocar al Santísimo Nombre. No es extraño, entonces, que él recibiera en sus manos, pies y costado las señales de las cinco
heridas de Nuestro Señor, como premio a su ardiente amor.

A San Ignacio de Loyola no le ganaba nadie en su amor al Santo Nombre. No dio a su gran orden su propio nombre. Lo llamó la “Sociedad de Jesús”. Este divino Nombre ha sido una protección y defensa de la Orden en contra de sus enemigos y una garantía de la santidad de sus miembros. Gloriosa, por cierto, es la gran Sociedad de Jesús.

San Francisco de Sales no tiene temor en decir que quien tuviera la costumbre de repetir el Santo Nombre frecuentemente puede estar cierto de una muerte santa y feliz. Y desde luego no puede haber duda en esto porque siempre que decimos “Jesús” aplicamos la Sangre Salvadora de Jesús a nuestras almas mientras que al mismo tiempo imploramos a Dios cumplir lo prometido, dándonos todo aquello que pidiéramos en Su Nombre. Todo aquel que deseara una muerte santa, puede asegurarla repitiendo el Nombre de Jesús.

Esta practica no solamente obtendrá para nosotros una muerte santa, sino que disminuirá notablemente el tiempo en Purgatorio y muy posiblemente nos librará de ese horrible fuego.

Muchos santos pasaron sus últimos día repitiendo constantemente “Jesús, Jesús”. Todos los doctores de la Iglesia están de acuerdo al decirnos que el demonio reserva sus más furiosas tentaciones para nuestros últimos momentos, y llena entonces la mente del
moribundo con dudas, miedos y tentaciones espantosas –con la ultima esperanza de llevar la infortunada alma al infierno. Felices aquellos que en vida estuvieron seguros de acostumbrarse a nombrar al Nombre de Jesús.

Hechos como estos, que acabamos de mencionar, están fundados en la vida de los más
grandes siervos de Dios que hicieron Santos y alcanzaron los más altos grado de santidad por este simple y fácil hecho.

San Vicente Ferrer, uno de los más famosos predicadores que el mundo jamás ha oído, convirtió a los más pervertidos criminales y los transformó en los más fervientes cristianos. Convirtió a 80.000 judíos y a 70.000 moros, un prodigio que no hemos leído en la vida de otro santo. Tres milagros requiere la Iglesia para la canonización de un santo; pero en la bula de la canonización de San Vicente se cuentan 873. Este gran santo quemado por el Amor del Nombre de Jesús, obró extraordinarios hechos con este Divino Nombre.

Nosotros, sin embargo, pecadores como somos, podemos con este Omnipotente Nombre
obtener todos los favores y gracias. El más débil de los mortales se puede convertir en fuerte, el más afligido encuentra en Él consolación y alegría. ¿Quién puede ser tan tonto o negligente como para no tener por costumbre de repetir “Jesús, Jesús, Jesús” constantemente?. No nos cuesta nada. No presenta dificultad alguna y es un infalible remedio para todos los males.


Beato Gonzalo de Amarante alcanzó un altísimo grado de santidad repitiendo con frecuencia el Santo Nombre.

Beato Gil de Santarem sintió tal amor y deleite al decir el Santo Nombre que se levitó en
éxtasis. 

Aquellos que repiten frecuentemente el nombre de Jesús sienten una gran paz en su alma. “Esa paz que el mundo no puede dar”, la cual sólo Dios da, “una paz que sobrepasa todo
entendimiento”.

San Leonardo de Porto Mauricio apreciaba una tierna devoción al Nombre de Jesús y en sus continuas misiones enseñaba a le gente que le rodeaba para escuchar las maravillas del Santo Nombre. Esto lo hacía con tal amor que las lágrimas caían de sus ojos y de los ojos de todos aquellos que lo escuchaban. Les rogó que pusieran una estampa con este Divino Nombre en sus puertas. Esto fue asistido con los resultados más felices, para muchos, fueron salvados de enfermedades y desastres de varias clases.

Uno, desafortunadamente, no lo pudo hacer porque el dueño de la casa en que vivía, siendo judío, se negó rotundamente a que apareciera el Nombre de Jesús en la puerta. Él y otro huésped, decidieron, entonces, ponerlo en las ventanas, y así lo hicieron. Algunos días más tarde, un furioso fuego irrumpió en el edificio que destruyó todos los apartamentos que
pertenecían al judío; pero las habitaciones de los vecinos cristianos no sufrieron ningún daño. Este hecho fue hecho público e incrementó la fe y confianza en el Santo Nombre de nuestro Salvador. De hecho, toda la ciudad de Ferrajo fue testigo de esta extraordinaria protección.

San Edmundo tenía una devoción especial al Nombre de Jesús, que el mismo Nuestro señor le enseñó. Un día, cuando él estaba en el campo separado de sus compañeros, un hermosos niño se puso a su lado y le preguntó: “¿Edmundo, me conoces?”. Edmundo contestó que no. Entonces el niño replicó: “Mírame y verás quien soy yo”. Edmundo lo miró como le mandó y vio escrito en la frente del Niño: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”. “sabes quien soy” le dijo el Niño. “Todas las noche haz la señal de la cruz y di estas palabras: “Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”. Si así lo haces, esta oración te liberará y a todo el que la diga, de una repentina y súbita muerte”. 

Edmundo hizo fielmente lo que Nuestro Señor le dijo. El demonio, una vez trató de impedirle, agarrándole las manos para que no pudiera hacer la señal de la cruz. Edmundo invocó el Nombre de Jesús y el demonio huyó de terror, sin molestarle más en el futuro.

Mucha gente practica esta fácil devoción y así se salva de muertes infelices. Otras, con su
dedo índice, imprimen con agua bendita en sus frentes las cuatro letras “I.N.R.I.”, que significa Jesus Nazarenus Rex Judeorum, las palabras escritas por Pilato en la Cruz de Nuestro Señor.

San Alfonso recomienda con fervor ambas devociones.

Santa Francisca de Roma disfrutaba del extraordinario privilegio de ver y hablar constantemente con su Ángel de la Guarda. Cuando ella pronunciaba el Nombre de Jesús, el Ángel estaba radiante de felicidad y se agachaba en ferviente adoración. Algunas veces el demonio se atrevió a aparecérsele buscando el amedrentarla y hacerle daño. Pero cuando ella pronunciaba el Santo Nombre, se llenaba de rabia y odio y huía con terror de
su presencia. 

Santa Juana Francisca de Chantal, la más querida amiga de San Francisco de Sales, tenía muchas devociones hermosas enseñadas por este Santo Doctor, que por muchos años actuó como su director espiritual. Ella amó tanto el santo Nombre que lo escribió con una plancha caliente en su pecho. 

Beato Enrique Suso hizo lo mismo con un palo de acero puntiagudo.

No podemos aspirar a estos santos atrevimientos; con razón nos faltaría la fortaleza de grabar el Santo Nombre en nuestro pecho. Esto necesita una inspiración especial de Dios, pero podemos seguir el ejemplo de otra querida Santa como Beata Catalina de Racconigi, una hija de Santo Domingo, que repetía frecuente y fervorosamente el Nombre de Jesús, así que después de su muerte el Nombre de Jesús fue grabado con letras de oro en su corazón. 

Todos podemos hacer como ella hizo y entonces el nombre de Jesús será blasonado en nuestras almas por toda la eternidad al lado de los Ángeles y los Santos en el Cielo.

Santa Gema Galgani, esta querida muchacha Santa también tenía el privilegio de conversar frecuente e íntimamente con su Ángel de la Guarda. Algunas veces el Ángel y Gema se retaban en santa batalla a ver cual de ellos decía con más fervor el Nombre
de Jesús. Sus entrevistas con el Ángel eran de naturaleza simple y familiar, hablaba con él, observaba su cara, le hacía muchas preguntas a las cuales él respondía con inefable amor y afecto. Él llevó mensajes de ella a Nuestro Señor, a la Santísima Virgen y a los Santos y le trajo sus respuestas. Además, este glorioso Ángel llevó a cabo el más tierno de los cuidados a su protegida. Él la enseñó a rezar y meditar especialmente en la Pasión y sufrimiento de Nuestro Señor. Le dio admirables consuelos y amables reprimendas cuando cometía alguna pequeña falta. Bajo su tutela, Gema alcanzó rápidamente un alto grado de perfección.

Extracto del Libro "Las Maravillas del Santo Nombre". Rev. Paul 'Sullivan, OP.