martes, 3 de enero de 2017

EL PODER DEL SANTO NOMBRE

LA PLAGA DE LISBOA: LA CIUDAD SALVADA POR EL SANTO NOMBRE


Una devastadora plaga aparece en Lisboa en 1432. Todos los que pudieron hacerlo, huyeron aterrorizados de la ciudad y de este modo se extendió por todos los rincones del país de Portugal. Miles de hombres, mujeres y niños de todas clases fueron barridos por la cruel enfermedad. Fue tan virulenta la epidemia que los hombres caían muertos en todas partes, en la mesa, en las calles, en sus casa, en las tiendas, en los mercados, en las iglesias. Usando las palabras de los historiadores, estalló como rayo de hombre a hombre, por un abrigo, un sombrero, o cualquier prenda que hubiera sido tocada por la sacudida plaga. Sacerdotes, médicos y enfermeras fueron arrastrados en tal número que muchos cuerpos yacían en las calles, sin enterrar. Los perros lamían la sangre de los muertos, como resultado fueron estos contagiados con la terrible enfermedad que se extendió aun más entre la infortunada gente.

Entre aquellos que asistieron a los moribundos con inquebrantable tenacidad, fue un venerable obispo, Monseñor André Días, que vivió en el Convento o Monasterio de Santo Domingo. Este santo varón, viendo que la epidemia, lejos de disminuir, crecía a diario en intensidad y perdiendo la esperanza en la ayuda humana, urgió a la infeliz gente a que invocaran el Santo Nombre de Jesús. Donde quiera que la enfermedad fuera más furiosa, se le había visto, urgiendo, implorando a los enfermos y moribundos y a aquellos a los cuales no les había tocado la enfermedad, el repetir: “Jesús, Jesús”. “Escribidlo en estampas” decía “y guardadlas dentro de vosotros. Ponedlas por la noche debajo de las almohadas. Ponedlas en las puertas, pero por encima de todo, invocad constantemente con vuestros labios y en vuestros corazones este Nombre que es de lo más poderoso”.

Él fue como ángel de paz, llenando a los enfermos y moribundos con coraje y confianza. Los pobres dolientes sentían dentro de ellos una nueva vida, y nombrando a Jesús, ponían las estampas en sus pechos o en sus bolsillos. Entonces citándoles en la gran iglesia de Santo Domingo, les habló una vez más del poder del Nombre de Jesús y bendijo agua en el mismo Santo Nombre. Ordenando que toda la gente se salpicara con ella y que salpicaran las cara de los enfermos y moribundos. ¡Maravilla de maravilla!. Los enfermos sanaron, los moribundos resucitaron de sus agonías, la plaga cesó y la ciudad fue librada en pocos días del más espantoso azote que jamás la había visitado. Las noticias se extendieron por todo el país y todos empezaron al unísono a invocar el Nombre de Jesús. En un increíble y corto período de tiempo, todo Portugal se vio libre de la horrorosa enfermedad. La gente agradecida, teniendo presente las maravillas que había presenciado, continuaron su amor y confianza en el Nombre de nuestro Salvador. Así que en sus problemas, en todos los peligros, cuando males de cualquier clase les amenazaban, ellos invocaban el Nombre de Jesús. Fueron fundadas confraternidades en las iglesias, fueron hechas procesiones del Santo Nombre mensualmente, fueron levantados altares en honor de este bendito nombre. Así que la mayor maldición que jamás había caído en el país fue transformada en una de las más grandes bendiciones.

Por siglos, esta confianza en el Nombre de Jesús continuó en Portugal y así mismo se extendió a España, Francia y al resto del mundo.

GENSERIC EL GODO.

En el reino de Genseric, el Rey arriano de los Godos, uno de los favoritos cortesanos del Rey, el Conde de Armogasto, fue convertido del arrianismo a la Iglesia Católica.

El Rey, oyendo el hecho, se enfureció de tal manera que llamó al joven noble a su presencia y trató por todos los medios en su poder, inducirle a rechazar su Fe y volver a la secta arriana. Ni las amenazas, ni las promesas le importaron. El Conde rehusó toda insinuación y conservó su nueva Fe. Genseric dio rienda suelta a su furia y ordenó que ataran al joven con fuertes cuerdas y que los fornidos verdugos las apretaran con todas sus fuerzas. El tormento era inmenso pero la victima no mostraba señales de dolor. Repitió por dos o tres veces “Jesús, Jesús, Jesús”, y las cuerdas se ablandaron como telas de araña y cayeron a sus pies.

Enfurecido sin medida el tirano, ordenó ahora que fueran traídos tendones de bueyes, tan
fuertes como el alambre. El Conde fue atado de nuevo y el rey pidió a los verdugos que usaran todas sus fuerzas. Una vez más, su victima invocó el nombre de Jesús. Y las nuevas ligaduras como las viejas se aflojaron como hilos. Echando espuma por la boca de odio, ordenó que el mártir fuera atado por los pies y colgado de la rama de un árbol, cabeza abajo. Sonriendo a esta nueva moda de tortura, el Conde Armogasto cruzó los brazos en su regazo y repitiendo el Santo Nombre, se durmió tranquilamente como si estuviera echado en el más suave y cómodo sofá.

MELCHIOR SONRÍE A SUS VERDUGOS.

Tenemos otro incidente parecido de la misma clase narrado por el mártir chino, el Venerable Dominico y obispo, Don Melchior. 

En una de las muchas persecuciones que atacaron a China, y que dio tantos santos a la Iglesia, este santo obispo fue perseguido y después de haber resistido los más brutales
tormentos, era condenado a una muerte cruel. Fue arrastrado al mercado en medio del populacho, los cuales vinieron a satisfacerse con sus sufrimientos.

Le desnudaron y cinco verdugos armados con afiladas espadas empezaron a cortar sus dedos, uno por uno, coyuntura por coyuntura, después sus brazos, luego sus piernas, causándole una agonía extremadamente dolorosa. Finalmente rajaron su encarnadura y le rompieron los huesos.

Durante ese prolongado martirio, sin visibles signos de dolor por parte del obispo, sonreía y
decía despacio y en alta voz, “Jesús, Jesús, Jesús”. Esto le daba una maravillosa fuerza ante el asombro de sus verdugos. No hubo una lágrima o queja que se escapara de sus labios, hasta que finalmente, después de horas de tortura, calladamente, expiró con la misma dulce y pacifica sonrisa en su cara. 

Que maravillosa consolación no sentiríamos cuando, confinados en cama por una enfermedad o desgarrados por el dolor, repitiéramos el Nombre de Jesús.

Muchas gentes que no pueden dormir encontrarán ayuda y consolación si invocan en estos
momentos de insomnio el Santo Nombre y muy probablemente caerían en un tranquilo sueño.


SAN ALEJANDRO Y LOS FILÓSOFOS PAGANOS

Durante el reinado del Emperador Constantino, la religión cristiana estaba progresando
constante y rápidamente. En Constantinopla, los filósofos paganos se sintieron agraviados al ver que mucho de sus adeptos desertaban de su vieja religión y se unían a la nueva. Ellos rogaron al mismo Emperador pidiendo, en justicia, deberían de ser escuchados y permitirles convocar una conferencia pública con el obispote los cristianos, San Alejandro, que por aquel entonces gobernaba la sede de Constantinopla. Era un hombre santo pero no un agudo lógico. No tuvo miedo, por esta razón, de conocer al representante de los filósofos paganos que era un astuto dialéctico y un elocuente orador. En el día señalado, delante de una vasta asamblea de hombres doctos, el filosofo empezó muy cuidadosamente preparado a atacar las enseñanzas cristianas. El santo obispo escuchó por algún tiempo y entonces pronunció el Santo Nombre de Jesús, el cual confundió al filósofo de tal manera, que no solamente perdió el hilo de su discurso, sino que le fue inútil, aun con la ayuda de sus colegas, volver al ataque.

Santa Cristiana era una joven esclava en el Kurdistan, una región casi enteramente pagana. Era costumbre en ese país que, cuando un niño estaba gravemente enfermo, su madre le llevaba en brazos a la casa de sus amigos y preguntaba si ellos sabían de algún remedio que pudiera beneficiar al pequeño. En una de esas ocasiones, una madre trajo a su hijo enfermo a la casa donde Cristiana vivía.

Preguntándole si sabía de algún remedio de esa enfermedad, miró al niño y dijo: “Jesús, Jesús”En un instante, el niño moribundo sonrió y se levantó con gozo. Estaba completamente curado.

Este extraordinario hecho pronto fue conocido y llegó a los oídos de la reina que estaba invalida. Dio órdenes para que trajeran a Cristiana a su presencia. Llegando a palacio, la reina paciente preguntó a Cristiana si podía, con el mismo remedio, curar su enfermedad en la que habían fallado los médicos. Una vez más Cristiana pronunció con gran confianza: “Jesús, Jesús”. Y de nuevo, ese divino Nombre fue glorificado. La reina recobró instantáneamente la salud.

Una tercera maravilla más estaba por suceder. Algunos días después de la cura de la reina, el rey se encontró cara a cara con una muerte certera. La escapatoria parecía imposible. Sabiendo el poder del Divino Nombre, el cual él había sido testigo con la cura de su esposa, su Majestad invocó: “Jesús, Jesús”, y sucedió que fue arrebatado de tan horrible riesgo. Llamando de la misma manera a la pequeña esclava, aprendió de ella las verdades del cristianismo. Él, así como una gran multitud de su gente, abrazó la Fe.

Cristiana es santa y su fiesta se celebra el 15 de Diciembre.

San Gregorio de Tours relata que cuando él era un muchacho su padre cayó gravemente
enfermo y se estaba muriendo. Gregorio, rezó fervientemente por su recuperación. Cuando
Gregorio estaba durmiendo por la noche, su Ángel de la Guarda se le apareció y le dijo: Escribe el Nombre de Jesús en una tarjeta y colócalo debajo de la almohada del enfermo. A la mañana siguiente, Gregorio contó a su madre el mensaje del Ángel, la cual le aconsejó que obedeciera. Así lo hizo, poniendo la tarjeta debajo de la cabeza de su padre. Para regocijo de la familia, el paciente se mejoró rápidamente.

Podríamos llenar páginas y páginas con los milagros y maravillas que ha obrado el Santo Nombre en todos tiempos y lugares, no solamente por los Santos, sino por todo el que
invoque este Divino Nombre con reverencia y Fe.

Marchese decía: “Intervengo aquí para relatar las maravillas obradas y las gracias concedidas por Nuestro Señor a aquellos que son devotos a su Santo Nombre porque San Juan Crisóstomo me recuerda que Jesús es siempre nombrado cuando los milagros están hechos por los hombres santos; enumerarlos desde aquí sería tratar de dar una lista de los
incontables milagros que Dios ha hecho a través de todos los siglos, para incrementar la gloria de Sus Santos o para crear y reforzar la Fe en los corazones de los hombres”.

ESTAMPAS DEL SANTO NOMBRE.


Estampas con el Santo Nombre en ellas inscritas han sido usadas y recomendadas por los
grandes amantes del Santo Nombre como Monseñor André Días, San Leonardo de Puerto-
Mauricio y San Gregorio de Tours arriba mencionados.

Nuestros lectores harían bien en usar estas estampas, llevándolas consigo durante el día y
poniéndolas debajo de la almohada por la noche, colocándolas en las puertas de las
habitaciones.

Extracto del Libro "Las Maravillas del Santo Nombre". Rev. Paul 'Sullivan, OP.