Una vez oí a un obispo de sus propios labios decir que había nombrado a un sacerdote como su delegado de vocaciones para el diaconado permanente y que sólo le había dado una instrucción para el desempeño de esa función: no quiero que haya ni un solo diácono permanente más en mi diócesis.
Pues esto es lo que sucede con los psicoexorcistas. Lo mismo que a ese obispo no le importaba lo que hubiera dicho el magisterio de la Iglesia, ni que una vocación no fuera un capricho humano sino un don concedido directamente por Dios, así sucede con este ministerio en algunos lugares. El psicoexorcista es nombrado para hacer entender a todos los que vengan a él que sus problemas son psicológicos y no demoníacos.
El demonio trata de convencer a la persona de que no está posesa, después si no lo logra será el psiquiatra el que tratará de convencerle por todos los medios, y si no lo logra, por último, será el exorcista de la diócesis (el psicoexorcista) el que en nombre de la Iglesia, como ministro de Dios, le tratará de convencer de que la posesión no existe y que lo que le pasa son trampas de su cabeza. El demonio no puede estar más satisfecho de la situación. A veces la labor del psicoexorcista no es fácil, en ocasiones hay que convencer a toda la familia de que lo que han visto todos en realidad no lo han visto. Sí, a veces es arduo convencer a todos de que lo que han visto todos realmente no lo ha visto nadie.
Este tipo de falso exorcista es nombrado con todo cálculo para presentar externamente la apariencia de estar cumpliendo la ley canónica, es decir, para evitar “incomodidades” eclesiales. Así si alguien de la jerarquía eclesiástica les acusa de no estar cumpliendo las normas del derecho eclesiástico, ellos contestarán: ¡tengo un exorcista! Pero ellos saben muy bien a quien han nombrado. Podrán engañar a los hombres pero no a Dios.
Obrando así saben que nadie les podrá acusar de no atender un caso concreto, porque ellos siempre se podrán excusar alegando: es que mi exorcista, después de examinar el caso, no encontró nada. Lo curioso es que no encuentran nada nunca. Y a algunos de estos psicoexorcistas les han llegado a veces casos de manual, casos que era imposible que coincidieran más con las páginas del Evangelio.
Desgraciadamente, este tipo de falso exorcista no es excepcional. Grandes archidiócesis de millones de habitantes cuentan con esta figura.
Me he encontrado, por ejemplo, con un psicoexorcista afamado profesor en la universidad que ante mí se jactó de no haber practicado ningún exorcismo durante toda su carrera como exorcista, catorce años de “ministerio”. Este clérigo era la única tabla de salvación, el único exorcista nombrado en su país. En otros lugares como Francia, la inmensa mayoría de los exorcistas son de este tipo. A algunos les molesta hasta el nombre de exorcista y prefieren ser llamados de otro modo.
¿Por qué esta situación? Debemos entender que, a veces, nos topamos con pastores de la Iglesia, también obispos, arzobispos y cardenales, que son racionalistas. Que creen más a un profesor de una facultad de psiquiatría que a las páginas del Evangelio. Uno puede ser arzobispo de una archidiócesis clave en una gran nación y, sin embargo, considerar que las páginas del Evangelio han de ser interpretadas según el psiquiatra, y no al revés. A todos los cristianos racionalistas hay que recordarles que el Evangelio no hay que entenderlo según el mundo, sino el mundo según las palabras de Nuestro Señor. Y el Evangelio hay que leerlo según sus palabras, es decir según sus precisas, concretas y perfectas palabras. Palabras que fueron un día dichas no para sesudos profesores de teología, sino para gente sencilla.
Insisto en este tema de los psicoexorcistas, porque en algunos países este tipo de falso exorcista ha llegado a ser la figura habitual. Y si en un país el 95% de los exorcistas piensan de esta manera, llegan a conformar una praxis, llegan a formar un bloque compacto que deforman a los nuevos sacerdotes que sean nombrados para ocupar estos puestos. Y no sólo eso, sino que en el futuro, este tipo de psicoexorcistas pueden descalificar a las dos o tres excepciones que haya de verdaderos exorcistas diciéndoles que lo que están practicando es poco menos que magia, que están inflingiendo un mal psicológico a sus pacientes y que debe, por tanto, ser prohibida esa praxis excéntrica contraria al buen sentido del resto de “colegas”. Al final, la mala praxis no sólo puede ser la más extendida, sino incluso llegar a prohibir a la buena praxis.
Padre José Antonio Fortea.