En el segundo domingo de Cuaresma, Domingo predicaba en la iglesia las monjas de San Sixto de pie “en la reja”, es decir, de manera que su discurso fuera escuchado tanto por ellas y por la congregación reunida en las partes públicas de la iglesia.
Mientras lo hacía, una mujer poseída que estaba en el medio de la multitud interrumpió el sermón:
“¡Ah, bandido!” – gritó el demonio, hablando a través de su voz -, “estas monjas fueron una vez mías y me las has robado de todas ellos. Esta alma, al menos, es mía, y tú no la llevaras de mí, porque somos siete que la tenemos a nuestro cuidado“.
Entonces Domingo le ordenó que le abrazara en señal de paz, e hiciera la señal de la cruz, y eso la liberó de sus verdugos, en presencia de todos los espectadores.
Pocos días después de esto, ella fue a él, y arrojándose a sus pies le imploró que se le permitiera llevar a su hábito.
Él accedió a su petición, y la colocó en el convento de San Sixto, donde se le dio el nombre de Amata, o, como solían llamarla, Amy; para significar el amor de Dios que se muestra en su relación.
Ella después retiró a Bolonia, donde murió en olor de santidad, y está enterrada en la misma tumba con otras dos hijas sagradas Dominicas, Cecilia y Diana, la última de los cuales fue fundadora del convento de mujeres en ese lugar.