sábado, 3 de junio de 2017

EL CORAZÓN DE JESÚS UNA DEVOCIÓN PARA NUESTRO TIEMPO

El 5 de octubre 1986, Juan Pablo lI quiso visitar expresamente Paray-le- Monial, la ciudad de las apariciones del Corazón de Jesús. Forzando eI horario previsto, quiso visitar en aquella ciudad la Capilla donde se conservan los restos del Beato Claudio la Colombiere, el joven jesuita, confidente y confesor de Santa Margarita, beatificado por Pío XI en 1929.

No fue una visita ritual, sino altamente significativa. EI Papa quiso que viniera expresamente desde Estados Unidos, donde se encontraba ocasionalmente, el P. Peter Kolvenbach, General de los Jesuitas, para entregarle, en propia mano, un mensaje.

En esta breve y densa carta, firmada por él, quería encargar de nuevo a la Compañía la renovación en la Iglesia de ,la devoción al Corazón del Redentor.

Aquella misma tarde, desde Paray-le-Monial, el General de la Compañía enviaba a los Jesuitas, junto con el autógrafo del Papa, una breve carta, animando a todos a cumplir los deseos expresados por el Santo Padre.

Algunos, sin embargo, se preguntan todavía: ¿es posible renovar esta devoción, en gran parte olvidada en la Iglesia? ¿Se trata de un mandato imposible, de una obediencia heroica, como aquella de regar un palo seco? ¿O se nos exigirá, tal vez, un acto de fe, como a los apóstoles, cuando arrojaron al mar sus redes, sin poder soñar siquiera en el milagro?

Aquí, más que nunca, nos conviene aplicar el principio ignaciano de «ser más pronto a salvar la proposición del prójimo que a condenarla" (EE, 22).

Dividiremos nuestro estudio en dos partes:

- en la primera estudiaremos cómo piensa el Papa que debemos actualizar esta devoción;

- en la segunda estudiaremos cómo conviene interpretar las prácticas tradicionales de esta devoción.

I. UNA NUEVA COMPRENSIÓN DEL CORAZÓN DE CRISTO

En su breve carta, el Papa nos ha insinuado algunas ideas acerca de cómo debemos proponer hoy la devoción al Corazón de Jesús.

1. Fundarnos en la Palabra de Dios

El fundamento de nuestra vida espiritual hay que apoyarlo firmemente en la Palabra de Dios, más que en las revelaciones privadas.

A lo largo de la tradición de la Iglesia han sido numerosas las "apariciones" y las "revelaciones" en torno al Corazón de Cristo.

No se trata de desautorizarlas ni de discutir su autenticidad; aunque, evidentemente. se han podido cometer: excesos o algunas se han podido transmitir demasiado ligadas a la sensibilidad de la época o de las personas que las han recibido.

Una cosa es clara: la Iglesia desea insistir cada día más en el valor de la Palabra de Dios. Todas estas revelaciones, cuando son verdaderas, apuntan a descubrirnos algunos aspectos de la revelación divina que están más o menos latentes en la Palabra de Dios. Así Pío XII, en su encíclica "ENCI/Haurietis-aquas" (1956) acerca del Corazón de Jesús, quiso poner de manifiesto, largamente, el misterio del amor de Dios revelado en el Antiguo y en el Nuevo Testamento: el valor de la moderna devoción al Corazón de Jesús consiste en haber puesto de relieve y en haber hecho comprensible al pueblo de Dios este aspecto fundamental de la revelación.

Y, sobre todo, Juan Pablo II, en su encíclica "ENCI/Dives-in-misericordia" (1980), sin mencionar expresamente esta devoción, ha querido presentar a la Iglesia el amor misericordioso del Padre a los hombres, manifestado en su Hijo, Jesucristo, por medio del Espíritu Santo, como el núcleo fundamental de la revelación y la misión específica de la Iglesia; suplicarlo, predicarlo, actuarlo.

Este núcleo central de la revelación es el que el mismo Pontífice declara que está encerrado en la devoción al Corazón de Jesús, cuando añade: "La Iglesia parece profesar de una manera particular la misericordia de Dios y venerarla dirigiéndose al Corazón de Cristo. En efecto, precisamente al acercarnos a Cristo, en el misterio de su Corazón, nos permite detenernos en este punto -en un cierto sentido central y al mismo tiempo accesible en el plano humano­ de la revelación del amor misericordioso del Padre, que ha constituido el núcleo central de la misión mesiánica del Hijo del hombre" (DM nº. 80).

Esta manera de concebir la devoción al Corazón de Jesús, que encierran estas palabras del Papa, puede resultar no sólo comprensible. sino convincente y dinamizante para el hombre de hoy.

Porque una cosa es el mensaje de la misericordia que nos transmite siempre vivo la Palabra de Dios, y otra la forma concreta de la devoción al Corazón de Jesús con la que la Iglesia en determinadas épocas, intenta transmitirnos este mensaje.

2. Respuesta a las inquietudes del hombre de hoy

El primer razonamiento del Papa parte de la Palabra de Dios, y desde ella quiere transmitir un mensaje a los hombres.

El segundo razonamiento del Papa sigue un orden inverso: parte del examen de las expectativas del hombre de hoy y trata de hallar una respuesta en el modo con que nosotros propongamos esta devoción.

El Papa analiza brevemente las expectativas del hombre de hoy partiendo del extenso análisis que propone la "Gaudium et Spes" del Vaticano II. Se fija sobre todo en los números 21 y 22 de este documento conciliar.

El Papa cita concretamente cuatro aspiraciones:

a) Hallar el verdadero y único sentido de la vida.

b) Comprensión de lo que es la verdadera vida cristiana.

c) Librarnos de ciertas perversiones del corazón humano.

d) Unir la práctica del amor de Dios y del amor al prójimo.

Estas preocupaciones, dice el Papa, atañen a todos los hombres; pera particularmente a los cristianos.

Veamos cómo en los textos de la "Gaudium et Spes" aducidos por el Papa se puede encontrar una respuesta, y hasta qué punto, en nuestro modo de proponer la devoción al Corazón de Jesús, debemos hacer resaltar precisamente esta respuesta.

a) El verdadero sentido de la vida humana hay que descubrirlo en la condición del hombre, creado a imagen de Dios: "Cristo manifiesta al hombre plenamente el propio hombre" (GS. 22). Precisamente por su condición de Hijo de Dios y de Hijo del hombre: "que trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre" (GS. 22.)

b) "Guardarse de ciertas perversiones del corazón" exige una purificación de lo más profundo y personal de la persona humana: "porque el hombre tiene una ley escrita por Dios en su corazón, en cuya obediencia consiste la dignidad humana, y por la cual será juzgado personalmente" (GS. 16).

Además, conviene recordar que el corazón humano, que sólo se puede saciar en Dios (GS. 21), descubrirá en el corazón de Jesucristo un interlocutor válido, un modelo y un apoyo.

c) La comprensión de la verdadera vida cristiana puede hallar su respuesta en la ley interior de la caridad que el Espíritu imprime en el corazón del hombre, como nueva alianza (cf. Jr 31,31-34).

Desde el punto de vista ontológico y desde el punto de vista ético, la verdadera vida cristiana se funda en nuestra condición de hijos de Dios (1 Jn 3,1-2), gracias al Espíritu del amor que ha sido derramado en nuestros corazones (Rm. 5,5).

La esencia de la vida cristiana consiste, en otras palabras, en "ser hijos en el Hijo" por la fuerza del Espíritu y en tener en nosotros los mismos sentimientos, la misma actitud de Jesucristo (Flp 2,5).

d)) Al mismo tiempo se responde a la unidad del amor que abraza a Dios y al prójimo. Porque el segundo mandamiento es semejante al primero (Mt 22,39). El mandamiento del amor al prójimo es el mandamiento suyo (Jn 15,12), mandamiento nuevo (Jn 13,33-35), compendio de la ley (Gal 2,14), criterio por el cual seremos juzgados el último día (cf. Mt 25,31-46).

Con el mismo amor con que el Padre ha amado a Jesús, El nos ha amado a nosotros y nosotros debemos amar a nuestros hermanos (Jn 17,25-26): porque ésta es la verdadera señal de los discípulos de Jesús (1 Jn 3,16-17; Jn 13,35).

Sin duda, esta respuesta a las expectativas del hombre de hoy está en Jesucristo; pero ¿por qué hemos de insistir en que está "en el corazón de Jesús"? ¿No querrá indicarnos el Papa que está en lo más hondo del misterio de Cristo, Dios y hombre, que es lo que en el lenguaje bíblico se llama el "corazón" y que, en este caso, sería "en el Corazón de Jesús"?

3. Profundizar en los Ejercicios ignacianos

Para algunos resulta cada día más claro que los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son un instrumento de formación cristiana de un valor singular, especialmente, para los hombres de hoy.

Al menos para la mayor parte de los jesuitas, esto resulta evidente, en la medida en que se profundizan las líneas fundamentales de su estructura y de su metodología. Es cierto que San Ignacio, a diferencia de algunos de sus contemporáneos, incluso jesuitas, como Canisio y Nadal, no ha mencionado jamás en sus escritos al "corazón" de Jesús.

Pero, como indica el Papa, nos ha puesto sobre la pista para que cada uno "descubra por sí mismo" este misterio, lo cual supone San Ignacio que es "de mayor gusto y provecho espiritual" (EE, 2).

El Papa menciona dos elementos de los Ejercicios que pueden conducir al hombre de hoy a descubrir la devoción al Corazón de Jesús:

a) El "conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre" (EE, 104). Esta gracia, intensamente pedida en todas las contemplaciones de la vida de Jesucristo, no puede menos de conducirnos al descubrimiento del "misterio" de su Corazón.

Porque el conocimiento interno no se agota en la comprensión de su sensibilidad o de sus motivaciones, sino que debe llegar hasta la comprensión afectiva del núcleo unificante más profundo de la persona, que es lo que en la Biblia se entiende por "corazón"; incluso hasta llegar al secreto misterioso de la persona del Verbo encarnado, imagen del Padre, que se nos comunica por medio del Espíritu y que nos revela el amor misericordioso del Padre: "quien me ve a mí ve al Padre" (Jn 14, 9). ¿No es esto también lo que en lenguaje popular queremos significar cuando hablamos del "corazón de Jesús"?

b) El Papa pone también de relieve otro elemento característico de los Ejercicios, aunque no siempre suficientemente valorado: los coloquios. En efecto, San Ignacio insiste mucho en la importancia de los coloquios al final de todas las meditaciones y contemplaciones. No se trata, sin duda, de una recomendación rutinaria, lo cual sería diametralmente contrario al estilo de Ignacio. Él mismo se encarga de encarecer la sinceridad con que debe hacerse "según subyecta materia... según me hallo" (EE, 199); hablando (EE, 54, 109), pidiendo (EE, 199), ofreciéndome (EE, 183, 189). Dirigiéndome a la Madre, al Hijo, Verbo eterno encarnado, o al Padre, con la confianza con que un amigo habla con un amigo, un siervo con su señor, o un hijo con su padre (EE, 54).

Este valor de los Ejercicios y su repercusión en la devoción al Corazón de Jesús impresionó especialmente al Papa. Por eso, no sólo en el documento citado, sino en la breve conversación que mantuvo en la Capilla de Paray-le-Monial con el P. General, insistió en este aspecto, haciendo ver que en el mundo de hoy, donde las relaciones interpersonales resultan cada vez más difíciles, hemos de enseñar a los hombres a hablar con Jesucristo "de corazón a corazón".


Es éste un valor característico "del dinamismo espiritual y apostólico ignaciano", "que debe estar, concluye el Papa, al servicio del amor del Corazón de Dios". Seguramente el Papa no ha pretendido agotar en estas breves líneas las relaciones que pueden existir entre los Ejercicios ignacianos y la devoción al Corazón de Jesús. Por eso queremos, por lo menos, insinuar otras tres.

a) En la identificación progresiva con los sentimientos de Jesucristo, con los sentimientos de su corazón, siguiendo la consigna de Pablo: "Tened en vosotros la misma actitud del Mesías, Jesús" (Flp 2,5).

Esta es la gracia que se pide en la tercera manera de humildad (EE, 168); o cuando se quiere obtener "dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrimas y pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí" (EE, 203), o la gracia "de me alegrar y gozar intensamente de tanta alegría y gozo de Cristo nuestro Señor" (EE, 221).

b) La consagración a la persona y a la obra de Jesús, tan propia de la devoción al Corazón de Jesús, como indicaremos luego, tiene también un precedente muy significativo en los Ejercicios.

Esta dedicación a Jesucristo surge ya desde la primera meditación de los Ejercicios, cuando el ejercitante se pregunta en el coloquio: "¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué debo hacer por El?" (EE, 53).

Una consagración más consciente y generosa se hará luego, en la contemplación del Rey temporal, cuando "ofrecerá toda su persona al trabajo" (EE. 96) y se entregará "con una determinación deliberada a seguirla, aun a costa de pobreza y de humillaciones" (EE, 97).

Pero, sobre todo, se pondrá definitivamente en sus manos al término de los Ejercicios, en la "contemplación para alcanzar amor" con aquella fórmula tradicional: "Tomad, Señor y recibid..." (EE, 234), que con razón ha interpretado modernamente el P. Pedro Arrupe como la fórmula ideal de la Compañía para renovar nuestra consagración al Corazón de Jesús (2 junio 1972).

c) Queremos poner de relieve otro elemento de la devoción al Corazón de Jesús que está latente en todos los Ejercicios. Nos referimos al amor que Jesucristo nos tiene.

Algunos han tachado a los Ejercicios de voluntaristas, como si pusieran el énfasis en el amor que nosotros debemos tener a Jesucristo y demostrarlo con obras. En realidad, el énfasis de los Ejercicios está en la experiencia creciente del amor que Cristo nos tiene, como revelación del amor del Padre. Ya desde la primera semana nos hace experimentar el amor misericordioso que Dios nos tiene. Y esta experiencia va creciendo a través de las cuatro semanas, hasta la contemplación para alcanzar amor.

Ignacio está bien persuadido de que no se puede atrancar el amor del corazón humano de Dios si no es porque Dios nos revela en Jesucristo, por medio de su Espíritu, el amor con que Él nos ha amado primero (1 Jn 4,10).

Porque la pedagogía del amor divino consiste en dejarnos amar primero, para que nosotros despertemos al amor de Dios y de nuestros hermanos. ¿Y no es esto mismo lo que debe pretender la devoción al Corazón de Jesús?

II. PARA UNA RENOVADA INTERPRETACIÓN DE LAS PRACTICAS DEVOCIONALES

A través de la tradición de la Iglesia se han multiplicado las formas de expresar el amor y el culto al Corazón de Cristo. Me parece que precisamente en estas prácticas, más que en el contenido doctrinal, al que me he referido en el párrafo anterior, se encuentran las principales dificultades y el desajuste más incómodo respecto a nuestra sensibilidad actual. Por eso me he propuesto considerar por separado algunas de estas prácticas y estudiar el modo en que pueden ser reinterpretadas para no comprometer los valores que se pueden esconder en formas aparentemente banales.

1. En primer lugar, la reparación

REPARACION/QUE-ES: La "reparación" es, tradicionalmente, una de las prácticas más propias de esta devoción, y constituye, sin embargo, una de las dificultades más frecuentes e incluso insuperables para algunos. Porque la ven asociada a un clima reaccionario; o porque sólo aciertan a descubrir en ella una actitud sentimental y consolatoria hacia un Cristo quejumbroso; o porque sólo aprecian un afán masoquista de mortificación. Habría, sin duda, que matizar estas dificultades. Pero ahora me interesa subrayar el nuevo enfoque que ha dado Juan Pablo II a este tema en la breve carta que ha dirigido a los jesuitas y que puede contribuir a una nueva lectura de la reparación en nuestro contexto cultural.

"De esta forma, afirma el Papa (y se acaba de referir a que el corazón del hombre debe aprender del Corazón de Cristo a conocer el verdadero sentido de su vida y de su destino, a comprender el valor de la vida auténticamente cristiana, a guardarse de ciertas perversiones del corazón y a unir el amor filial a Dios con el amor al prójimo), de esta forma -y ésta es la verdadera reparación que pide el Corazón del Salvador­ sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia podrá ser construida la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo".

"Esta verdadera reparación" de que habla el Papa empalma con el concepto tradicional de los Padres de la Iglesia cuando hablan de la reparación como síntesis de la obra que Cristo ha hecho respecto del hombre.

De ahí que la "verdadera reparación" querida por el Salvador haya que ponerla, más que en fórmulas piadosas o en sacrificios arbitrarios, en la solidaridad con la obra redentora y liberadora de Cristo para restablecer, a costa de todos los sacrificios, la imagen de Dios impresa en el hombre y para implantar la civilización del amor.

2. En segundo lugar, los primeros viernes de mes

VIERNES-PRIMERO: Como es bien sabido, hasta época reciente se ha estimulado a los cristianos, especialmente a los hombres, a comulgar los primeros viernes de mes. Era una práctica que recibía un estímulo particular con la promesa, la "Gran Promesa", como solía decirse, de que no moriría sin sacramentos quien hubiera cumplido esta práctica. Seguramente ha habido un abuso al insistir demasiado o exclusivamente en esta motivación: porque se ha concedido una excesiva importancia a una revelación privada, aunque hubiera sido tan autorizada por la Iglesia, y porque había fomentado, inconscientemente, un cierto egoísmo espiritual, un seguro de salvación, bien ajeno, por otra parte, al amor de amistad que pretende despertar esta devoción.

El Papa no menciona esta motivación al recomendar esta práctica. Insiste, más bien, en la importancia de invitar mensualmente a los fieles a recibir el "sacramento de la eucaristía y de la penitencia".

¿Cómo desconocer las ventajas de una participación más consciente y preparada en los sacramentos de la eucaristía y de la reconciliación, hoy tantas veces en crisis? ¿No podrá contribuir esta práctica a una experiencia más cercana de la misericordia de Dios y de nuestra solidaridad con Cristo y con todos los miembros del cuerpo místico, mediante una auténtica reconciliación?

3. El Papa recomienda también la Hora-Santa

Este ejercicio ha revestido diversas modalidades. Santa Margarita lo recomendaba, sobre todo, la noche del jueves al viernes, víspera de la fiesta del Sagrado Corazón. De ahí se ha extendido la costumbre de hacerla las vísperas de los primeros viernes e incluso todos los jueves del año. Unas veces se hace en silencio adorante; otras acompañada de alguna predicación o de algunas oraciones; unas veces ante el Santísimo, solemnemente expuesto, o en los propios hogares.

El Papa insiste, sobre todo, en la importancia de "orar más". Debiéramos preguntarnos si hoy, que se insiste tanto en las sesiones de oración, personal y comunitaria, no podríamos descubrir en esta práctica una ocasión para "orar más".

Sin duda, debemos superar un estilo de orar con formas decimonónicas o con oraciones vocales rutinarias y poco significativas para la sensibilidad actual; pero encontraríamos nuevas formas muy válidas, como aquella titánica de Taizé; o las oraciones silenciosas promovidas por el Seminario de Roma, o las oraciones dirigidas por el Cardenal Martini con los jóvenes en el "Duomo" de Milán. Lo importante es despertar el coloquio "de corazón a corazón con Jesucristo.

A estas tres formas de piedad ha aludido directamente el Papa en su carta de Paray-le-Monial. Pero queremos añadir, por lo menos, otras tres más.

4. La consagración

A algunos ha parecido extraño que el Papa no mencionara esta práctica, a pesar de ser una de las más típicas de esta devoción: "Entre todo cuanto toca al culto del Sagrado Corazón sobresale la consagración", decía Pío XI en su encíclica clásica "MIserentissimus Redemptor" (1928).

Hemos de reconocer que el término "consagración" se ha trivializado en ciertos ambientes, al confundirse con la recitación de una fórmula que apenas roza la vida. Esto nos resulta hoy particularmente lejano, porque buscamos una espiritualidad que influya y se refleje en la vida concreta.

Pero hoy se ha profundizado mucho más en el sentido de la "consagración bautismal" y, consiguientemente, en la "consagración religiosa", que quiere llevar a sus últimas consecuencias la consagración fundamental del cristiano. Por eso se han puesto de relieve los dos aspectos, activo y pasivo, de la consagración cristiana.

Hasta ahora se había insistido más en el sentido "activo" de la consagración, como esfuerzo personal de darse a Dios y a su obra, movido por el amor. Ahora se insiste también en el aspecto "pasivo" de la consagración, es decir, en la ocupación y posesión nuestra por parte de Dios, haciéndonos algo suyo mediante la acción del Espíritu, que nos incorpora a Cristo.

Ambos movimientos, ascendente (del hombre a Dios) y descendente (de Dios al hombre), están implícitos en la consagración eucarística: el hombre ofrece sus dones a Dios, pero es, sobre todo, la acción del Espíritu la que realiza la consagración del pan y del vino. En este sentido, lo que ordinariamente se llama "consagración al Corazón de Jesús" no significa otra cosa que vivir, consciente y radicalmente, nuestra consagración bautismal en la madurez de la caridad, es decir, con una conciencia más clara del amor que Dios nos ha demostrado en Cristo y del amor que nosotros le debemos a él y a todos los hombres. ¿No tiene esto cabida, de una o de otra forma, en nuestra pastoral?

5. La representación imaginativa

Probablemente, una de las dificultades, al menos subconscientes, que ha suscitado esta devoción es la imagen verbal o iconográfica del "Corazón" de Jesús.

La expresión "Corazón de Jesús", tan insistentemente repetida, resulta para algunos rebuscada, rutinaria e incluso abusiva, porque se emplea como equivalente de la persona completa de Jesús.

Para ciertas personas esta expresión viene, instintivamente, asociada a una época personal o eclesial poco atrayente y, quizás, cargada de prejuicios. Muchos preferirían que se emplease sin ambages el nombre evangélico de Jesús, sin más aditamentos.

Me parece que hemos abusado algunas veces de esta fórmula que resulta sencillamente incomprensible para algunos. Sin embargo, tampoco podemos negar que esta locución, "Corazón de Jesús", originariamente quiere poner de relieve una connotación específica en la persona de Jesucristo: el amor de Dios a los hombres, manifestado en Cristo, hasta encarnarse y amarlos con un corazón de hombre (GS. 22).

Es preciso reconocer la libertad de cada uno para expresarse, aun reconociendo la riqueza bíblica, teológica y espiritual del término "corazón". Quizá pueda ayudarnos a superar esta dificultad la tendencia de Juan Pablo II al referirse al Corazón de Cristo, citado frecuentemente en sus escritos, pero con expresiones diferentes. Así, por ejemplo, en la carta tantas voces citada de Paray-le-Monial, lo llama: Corazón de Cristo, Corazón del Verbo encarnado, Corazón traspasado, Corazón de Dios, Corazón del Salvador. En otros escritos insiste en hablar del "misterio del Corazón de Jesús". Y en otras ocasiones, como en la Encíclica "Dives in misericordia", sólo lo cita una vez, para decirnos, como ya hemos aludido antes, que todo cuanto ha dicho en la Encíclica, sin nombrarlo, es lo que la Iglesia venera en el Corazón de Cristo (DM. 80).

Otro tanto habría que decir acerca de la iconografía del Corazón de Jesús. Después de las revelaciones de Paray-le-Monial se ha insistido, quizá con exceso, en la representación del corazón fisiológico de Jesucristo.

Al principio se insistía en el órgano fisiológico separado y con excesivo realismo. La Iglesia intervino pronto para que no se representase aisladamente, sino unido a toda la humanidad de Cristo.

Sin embargo, pocas veces se ha acertado a presentar una imagen satisfactoria. Unas veces se ha insistido demasiado en una amabilidad afectada de Jesús o una tristeza y melancolía causada por nuestros pecados, que no rima con la actitud del Cristo glorioso. El resultado ha sido que, con frecuencia, se han ofrecido representaciones mediocres desde el punto de vista artístico y una incompleta visión teológica y, desde luego, con un alejamiento de nuestra sensibilidad actual.

¿Qué decir ante esta realidad, expresada en términos probablemente pesimistas? Sin duda, debemos trabajar por respetar y elevar el gusto artístico de nuestro pueblo y no contentarnos fácilmente con lo que de momento le satisface. Pero ¿debemos obligar, a toda costa, a todos a venerar este tipo de imágenes? Creemos más aconsejable respetar la sensibilidad no sólo artística, sino espiritual, de cada uno, cuando se siente atraído por este tipo de imágenes o por otras de nuestros clásicos, pintores o escultores, o por los iconos de origen oriental o por el gusto moderno. Pero a todos nos podrá ser útil proyectar sobre cualquiera de estas imágenes aquel "conocimiento interno" del Corazón de Cristo, es decir, aquel penetrar en el secreto íntimo y unificante de su personalidad, que inspira toda su psicología humana y que se expresa de algún modo en su rostro, que es lo que hemos querido significar con la palabra "corazón".

6. El Apostolado de la Oración

Quiero tratar también de este aspecto de la devoción al Corazón de Jesús, porque me ha sido explícitamente sugerido al invitarme a escribir este artículo. En efecto, el Apostolado de la Oración ha estado desde sus orígenes muy unido a la propagación de la devoción al Corazón de Jesús. Juan Pablo II ha dicho en su discurso del 8 de abril 1985: "Al Apostolado de la Oración se ha de atribuir en gran parte... la fuerza de la espiritualidad centrada en el Corazón de Jesús" (n. 3).

¿Cómo explicar este hecho? El Apostolado de la Oración, más que una asociación religiosa, debe ser considerado, a través de su ya larga historia, como un gigantesco esfuerzo catequístico para la formación espiritual del pueblo cristiano. En efecto, desde sus orígenes (1844) se ha caracterizado por su contacto con la masa del pueblo cristiano, a través de las estructuras diocesanas y parroquiales o de otros organismos ecclesiales (comunidades religiosas, colegios, instituciones asistenciales, etc.), para fomentar el sentido santificador y apostólico del trabajo humano, del sufrimiento y de toda la actividad humana mediante el ofrecimiento diario, la frecuencia de sacramentos y las diversas formas de oración; el interés por los problemas del mundo, de la Iglesia, mediante difusión de las intenciones propuestas por el Papa. Así ha puesto al servicio de estos fines todos los medios a su alcance: primero la prensa, luego la radio y la televisión.

La devoción al Corazón de Jesús ha sido, desde sus principios, como la expresión de lo que debe ser el corazón del cristiano en su vida personal (ofrecimiento-consagración) y en sus relaciones con la Iglesia y con el mundo (intenciones papales), que deben impulsar, además, a un apostolado comprometido.

Su enorme difusión por todo el mundo y el éxito relativo que ha podido conseguir en muchas partes ha podido ocasionar también la trivialización de algunas de sus prácticas. Pero seguirá siendo verdad que lo más importante ha sido y debiera ser dotar a los centros vitales, a nivel internacional, nacional y local, de instrumentos valiosos de pastoral, al servicio de la pastoral de conjunto, que contribuyan a mantener vivo en los fieles lo que debe ser el "alma de todo apostolado". En este sentido, habiéndose encomendado de nuevo solemnemente a la Compañía esta obra eclesial, la responsabilidad de los jesuitas debe consistir no en mantener lánguidamente esta obra secular, sino en saberla adaptar, como instrumento pastoral, con este o con otro nombre, a la pastoral de conjunto. Así llegará a ser una inspiración espiritual (muy cercana, por otra parte. a la espiritualidad ignaciana) que puede prestar un servicio, no cubierto todavía, a la masa del pueblo cristiano.

Conclusión

Alguno habrá podido pensar al leer estas páginas que nuestra pretensión ha sido defender "la devoción" al Corazón de Jesús. Somos conscientes de que algunos confunden la "devoción" con el ejercicio de ciertas prácticas tradicionales que nos hemos propuesto presentar de un modo renovado. Pero nuestro intento no ha sido defender la palabra "devoción", a pesar de su denso sentido en la teología de Santo Tomás y en la espiritualidad ignaciana. Lo que en realidad hemos querido poner de relieve ha sido que la recomendación que el Papa acaba de hacer a la Compañía acerca del Corazón de Jesús tiene un sentido y una actualidad pastorales.

Nuestra actitud respecto de lo que quiere decirse con la fórmula "devoción al Corazón de Jesús" podrá intercambiarse por otra que parezca más útil, como ya se ha hecho en muchas ocasiones: "culto", "espiritualidad", "mensaje", "misterio"... También en esto recomendamos respetar la sensibilidad de cada uno, en vez de enredarse en disputas esterilizantes. Lo que importa, sobre todo, es resaltar que, de frente al amor que el Padre nos ha manifestado en su Hijo encarnado por medio de su Espíritu, es preciso reaccionar generosamente con un amor personal (consagración) y con una amplia solidaridad con Cristo y con todos los hombres (reparación), al estilo de Jesús. También aquí sería útil recordar las palabras del P. Arrupe en su discurso-testamento: "Si queréis, como personas y como Compañía, entrar en los tesoros del Reino y contribuir a edificarlo con extraordinaria eficacia, haced como los pobres a quienes deseáis servir. Tantas veces repetís que los pobres os han enseñado más que muchos libros: aprended de ellos esta lección tan sencilla: reconoced mi amor en mi Corazón".

O también aquellas palabras de Juan XXIII a propósito del ecumenismo: "Nos conviene insistir más en lo que nos une que en lo que nos separa".

LUIS GONZALEZ

SAL TERRAE 1987, JUNIO. 
Págs. 469-483

Fuente: Mercaba