Papa Juan Pablo II, Castelgandolfo, 6 de septiembre de 1998.
«A todos quiero recordar un principio fundamental de la fe: antes y por encima de nuestros programas, hay un misterio de amor, que nos envuelve y nos guía: es el misterio del amor de Dios... Si queremos plantearnos bien la vida, tenemos que aprender a descifrar su designio, leyendo el misterioso lenguaje de señales que él mismo nos pone en nuestra historia cotidiana. Para alcanzar este objetivo no hacen falta horóscopos ni previsiones mágicas. Hace falta más bien oración, una oración auténtica, que va acompañada siempre por una opción de vida conforme con la ley de Dios».
El Papa habló del Espíritu Santo, que es Espíritu de "Consejo" y "Sabiduría". «Nadie mejor que él conoce nuestro futuro y es capaz de orientar nuestros pasos hacia la justa dirección».
Juan Pablo II explicó que "para programar bien se precisan, además, criterios. Algunos los dicta la realidad misma: son criterios de necesidad, de oportunidad, de eficiencia. Pero tengamos cuidado de no reducir todo a cuestiones materiales. No nos limitemos a la tecnología y a la burocracia. Si queremos hacer proyectos verdaderamente humanos, debemos poner en ellos los grandes valores morales y espirituales".
El Papa recordó que debemos planear pensando en los demás, «considerándolos siempre como personas y nunca como números o cosas». «En una palabra al organizar nuestra vida (personal y comunitaria), no la inspiremos en el egoísmo, sino en el amor. Abrámonos a los hermanos, especialmente a quienes por su condición, se ven obligados a esperar mucho o todo de los demás --pienso en los niños, en los enfermos, en los ancianos, en los desempleados--. Que de este modo, nuestra programación sea también un gesto de solidaridad».