lunes, 28 de octubre de 2013

PBRO. CARLOS ALBERTO MANCUSO, NOS HABLA SOBRE SU LABOR COMO EXORCISTA


Monseñor Carlos Alberto Mancuso es de los pocos seres humanos que se enfrentan al demonio. Lo hace armado de los Evangelios y el agua bendita para expulsarlo del cuerpo de la gente que ha sido víctima de hechizos, maleficios o, como dice él, “contaminada por el mal en sectas satánicas”.

A esa tarea ha dedicado 29 de sus 51 años de sacerdocio. Ya en los infiernos al parecer le temen, porque los conoce bien (a los demonios) y es uno de los ungidos por la Iglesia para hacer exorcismos. El mismo Papa Francisco, cuando era arzobispo de Buenos Aires, le mandaba feligreses poseídos para que les sacara el demonio de sus entrañas.

A Mancuso no le gusta el fútbol, como al Santo Padre, prefiere dedicar sus horas a la lectura, cuando no está trabajando. Sabe que su oficio no es bien visto por la ciencia y por eso ha estudiado sicología, psiquiatría y parasicología a fin de poder reconocer los límites en los que se mueve cada vez que tiene un paciente al frente.

El año pasado escribió el libro ‘Mano a mano con el demonio’, que ha sido un suceso editorial, donde cuenta algunas de sus experiencias de exorcismo. Vino a Colombia invitado por Teleamiga -dice- “a clarificar las ideas de mucha gente y a convencerla de que el mal existe, que hay que protegerse y resguardarse”. Como un médico le advierte al paciente que se cuide, por ejemplo, del sida, que es una enfermedad contagiosa que lo puede llevar a la muerte y le dice cómo hacerlo.

El País habló con el célebre sacerdote.

¿Por qué decidió dedicarse a luchar contra el demonio?

Nunca tuve la intención de hacer exorcismos ni luchar de esta manera contra el diablo. Pero, luego, meditando bien qué es lo que estamos haciendo nosotros como sacerdotes en este mundo, leyendo los santos evangelios que son los libros en que se consignan los hechos y los dichos de nuestro Señor Jesucristo, encontramos que Jesús le da importancia a la lucha contra el demonio, porque dice Jesús a los apóstoles: “id por todo el mundo, enseñad lo que os he enseñando, bautizad la gente y expulsad los demonios”. Quiere decir que Jesús dejó en el plano del apostolado a su Iglesia naciente el expulsar demonios.

La Iglesia durante siglos ha cumplido las primeras dos funciones: ha enseñado a la humanidad las palabras y hechos de Jesús, los ha bautizado, pero este tema de la expulsión de demonios no ha sido permanentemente tenido en cuenta. Es un tema más misterioso, no es tan simple como bautizar un niño o educar una persona en la fe católica.

¿Cómo sabe cuándo hay una persona endemoniada?

El sacerdote se las debe ingeniar para darse cuenta. En primer lugar, la persona que viene a mi despacho es una persona que está afectada por algo, una dolencia, una angustia, una ansiedad. Cuando esa persona llega yo hago, como dice el médico, la etiología del paciente; averiguo sus antecedentes, dónde estuvo, con quién se vinculó, desde cuándo se siente mal, si estuvo en alguna secta, qué tiempo y participación tuvo allí, qué secta es y, de esa manera, voy desentrañando el pasado del paciente.

¿Usted practica la parapsicología en sus ritos?

No es que se practique, pero la tengo que tener en cuenta, porque hay gente que, por ejemplo, dice que en la casa se oyen ruidos, se oyen pasos o la llaman y va a la puerta y no hay nadie. Entonces la parapsicología a veces explica esos fenómenos, pero otras veces también lo explica el hecho de que la casa ha sido contaminada por el mal.

Pero, insisto, ¿cómo sabe usted que una persona está o no endemoniada?

Bueno, tuve que inventar mi propio sistema porque de esto no hay muchos precedentes. La Iglesia durante tres siglos dejó en un cono de sombra un poco la práctica del exorcismo, porque se había caído en muchas exageraciones y se puso todo esto debajo del tapete. Yo encontré una oración en un libro de un exorcista, el padre Gabriel Amorth, de la Ciudad del Vaticano, pongo al paciente sobre una silla y le rezo una oración. Si es una persona que solo está afectada por un mal síquico o siquiátrico no va a reaccionar para nada.

Si está afectada por el demonio el paciente no resiste la oración. El paciente pega un alarido y se cae. Ahí ya tengo el primer diagnóstico. No puedo hacer esto de otra manera. Entonces lo que hago es citarlo para un día y una hora determinada, le pido que traiga una manta, una almohada, lo acostamos en el suelo, cuatro hombres le oprimen los miembros contra el suelo para que no se mueva, porque cuando hago propiamente el exorcismo el paciente trata de liberarse porque el demonio no quiere que yo haga nada.

¿Allí se ve que sale el demonio cuando se libera la persona?

Se ve que la persona queda calmada, tranquila, pero no estoy seguro si se repetirá la situación. Lo ven los familiares que conviven con el paciente. Lo importante es que no se abandone al paciente porque puede caer en la desesperación y terminar suicidándose.

El Papa Francisco ha sido cercano a usted en estos temas. ¿Qué tipo de relación tenía el Papa con el exorcismo?

Monseñor Bergoglio, hoy en día el Papa Francisco, estando como arzobispo de Buenos Aires me enviaba a La Plata a los pacientes y yo se los exorcizaba, razón por la cual con el Papa hemos tenido y tenemos una especie de vinculación amistosa porque él está agradecido de que yo le resolví un problema ya que él no tenía un exorcista a mano.

¿Qué opinión tiene el Papa Francisco de los exorcismos?


Naturalmente que él creía en los exorcismos porque de no ser así no habría enviado a los endemoniados a mi casa.

¿Es una práctica autorizada por la Iglesia?

Autorizada y ordenada, porque si nosotros no ayudamos a estos pacientes, ellos no tienen ningún tipo de liberación. No hay otra manera. Acá en Colombia veo que se usa mucho la oración de liberación que es la misma que yo suelo hacer como test sicológico para saber si están endemoniados o no. Eso puede producir una especie de alivio, pero el demonio no se va a ir porque está esperando que uno le diga: vete al infierno en nombre de Jesucristo. Ahí sí se retira y deja a la persona libre.

¿Habla usted con el Papa?

Yo no hablo con él, alguna vez le mandé una carta y él me la contestó de puño y letra a vuelta de correo.

Usted tiene cierto parecido físico con el Sumo Pontífice, ¿le han dicho?

Eso dice la gente, que nos parecemos, lo que me honra mucho.

Usted escribió el año pasado un libro que se llama 'Mano a mano con el diablo', en el que cuenta algunas de sus experiencias. ¿Se ha enfrentado usted mano a mano con el diablo?

Enfrentarse es estar hablando como lo hacemos ahora. Yo al demonio no lo veo en forma carnal porque él no se manifiesta en forma corporal. Solamente sé que está ahí porque me insulta, me dice palabras de grueso calibre y trata a veces de perturbar la ceremonia.

¿Cómo es el demonio?

No hay dos demonios iguales. Hay cosas que la gente común ignora. Todos los seres humanos, así seamos de diferente raza, pertenecemos a una sola especie que es la humana; pero en el mundo de los demonios cada demonio es una especie distinta. Los demonios y los ángeles, porque los demonios son ángeles caídos. De manera que no hay dos demonios iguales. Entre uno y otro puede haber la misma diferencia que hay entre un elefante y una cucaracha.

¿Por qué eso?

Porque cada demonio llena su especie. Nosotros no llenamos la especie humana, somos miles y millones de seres humanos y todos participamos de la especie humana sin agotarla. Cada demonio agota su especie. Es un hecho teológico que la gente no conoce.

O sea que la lucha tampoco es igual con cada demonio...

No es igual. Hay demonios que hablan, otros que no hablan. Demonios que resisten, otros que huyen espantados. El demonio se aterroriza con el sacerdote porque el sacerdote tiene poder sobre él.
Alguna vez se informó que el Papa Juan Pablo II había dicho que el infierno no existía... No, él no dijo eso.

¿Pero sí existe el infierno?

Claro que existe. Lo que se dijo en algún momento era que parecía que lo que no existía era el ‘limbo de los niños’. Ese es el lugar donde van aquellas criaturas que no fueron bautizadas y murieron antes de tener el uso de razón. No tienen ningún pecado más que el original, entonces en lugar de ir al infierno van al ‘limbo de los niños’.

¿Quién va al infierno?

La gente que muere en pecado y con odio a Dios antes de confesarse; cae al infierno porque es juzgada por Dios y no considerada apta para su reino. El que no es apto para el reino de Dios queda en el reino de las tinieblas. Jesucristo habla muchas veces del reino en el Evangelio.

¿Cómo se es apto para entrar al reino de Dios?

Para el reino de Dios la aptitud se consigue como le dijo Jesús al joven rico: si quieres entrar en la vida guarda los mandamientos. Y aquel le respondió: eso lo hice desde mi juventud. Y Jesús le dijo, si quieres ser perfecto, ve y vende lo que tienes, dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo, luego ven y sígueme. Es nada más que eso, guardar los diez mandamientos.

Es decir, muy poca gente entra porque no muchos guardan los diez mandamientos...

Bueno, eso no está revelado. Dios lo juzga.