martes, 7 de febrero de 2017

¿Cómo saber si un don es de Dios o del Maligno?

El tiempo es la mejor forma de discernir si algo viene de arriba o de abajo o de la propia mente. El discernimiento de algunos dones es tarea tan compleja que a un confesor o a un director espiritual le puede llevar semanas o meses llegar a una conclusión. Visto lo cual no deja de ser gracioso como algunos aficionados en esta materia lo disciernen todo con gran rapidez y sencillez con tal o cual regla que han leído no se sabe donde o les ha dicho no se sabe quien. Por ejemplo, si una persona que dice tener un don, les desobedece o desobedece a su superior, concluyen: imposible tener un don del Señor y ser desobediente. Pues bien, puedo asegurar que pueden coexistir verdaderos dones de Dios y verdaderos defectos. A veces los dones de Dios se dan para espolear a un alma a que salga de una vida tibia o pecaminosa.

En otros casos los dones son de nacimiento y pueden coexistir con una total falta de práctica religiosa. Es decir, una persona puede tener premoniciones o conocer cosas ocultas y, sin embargo, no acabar de comprender por qué tiene que ir a misa todos los domingos alegando que ella adora a Dios a su manera. Si esto puede sonar chocante, recuerden los escépticos leyendo el libro del Génesis que Balaam era un hombre que pecó gravemente (Dios le iba a castigar con la muerte) y, sin embargo, era hombre de verdaderos dones.

A veces los dones puestos por Dios en un alma están posteriormente impurificados por intervenciones del Maligno en medio de esos mismos dones. Por ejemplo, una mujer, cuyo caso examiné exhaustivamente durante años, tenía el don de ver a los demonios en los posesos, tenía don de profecía, pero a veces en ese don de profecía el demonio intercalaba mensajes falsos. Comprobamos fehacientemente que existía un verdadero don de profecía, pero al mismo tiempo no era un don seguro por la razón antes explicada. La persona que tenía el don veía una visión, la mayor parte de las veces era de Dios, pero en ocasiones esas visiones provenían de abajo. La persona simplemente veía visiones, pero no podía saber cuál era su origen. Le expliqué que si hacía cada día en la iglesia media hora de adoración ante la custodia expuesta, el Señor le iría limpiando de esa impurificación de los dones.

Esta señora era muy obediente y humilde pero si en ella hubiera habido soberbia, entonces la mezcla de lo bueno y lo malo hubiera sido mucho mayor, y además hubiera sido mucho más difícil ver donde acababa lo de arriba y donde empezaba lo de abajo.

Desde luego en una persona que tenga vicios, los dones acaban por esfumarse. Pero no desaparecen de inmediato, sino que Dios da un tiempo antes de retirar definitivamente sus preciosos tesoros. Hay personas que tuvieron dones, se ensoberbecieron primero, cayeron en vicios después, y los dones de Dios desaparecieron lentamente siendo sustituidos poco a poco por dones del Maligno. Pues también los demonios pueden dar conocimientos de algunos sucesos del futuro, de hechos ocultos, incluso sanar algunas enfermedades, etc.

Es cierto que cuando nos llega un caso de supuestos dones para ser discernido, lo mejor es examinar la vida de la persona. Si es una persona de un gran amor a Dios y una fuerte vida espiritual, lo razonable es pensar que cualquier don que haya, sea de Dios. Pero no siempre las cosas están tan claras ni siquiera a ese nivel. Una persona puede ser muy ascética y de mucha oración, pero ser poco obediente o perder completamente la paz por asuntos de su comunidad religiosa. Es decir, no siempre resulta fácil determinar el grado de vida espiritual de un alma. Y si esto resulta difícil, mucho más determinar la relación que pueda haber entre la existencia o no de la santidad con la existencia o no de dones extraordinarios. Y muchos más complejo es el tema si los dones pueden venir de arriba o de abajo, o ser de Dios pero impurificados. Siempre es mucho más fácil determinar si alguien está poseso que no lo relativo con la mística.

Todo esto lo que nos lleva es a reconocer nuestra visión parcial de las cosas de este mundo, y nuestro limitado conocimiento de las cosas invisibles, con lo que nos vemos obligados a discernir con cautela, sin prisas y siempre dispuestos a abandonar todo prejuicio y a desandar un juicio previo que ya hubiéramos manifestado.

Para acabar de mostrar lo complicado que es discernir los dones místicos téngase en cuenta que un místico puede dar una respuesta y otro místico puede dar otra a la misma pregunta. ¿Puede contradecirse un místico con otro místico? Pues aparentemente sí, porque a lo mejor la respuesta de uno ha sido revelar la más perfecta voluntad de Dios y la respuesta del otro ha sido teniendo en cuenta las limitaciones de la persona que preguntaba.

En otros casos el místico tiene una visión y después tiene que traducirla a imágenes, con lo cual en la conversión a palabras puede introducirse algún elemento humano.

Anexo.

Siempre se suele repetir que en este tema de los dones y de las apariciones hay que ser prudentes. Cosa muy cierta. Pero no olvidemos que la gama de prudencia es muy amplia: se puede ser poco prudente, prudente a secas, prudente en extremo y prudente hasta la necedad. Hay una prudencia llevada hasta el extremo que no conduce a nada. Se trata de una prudencia tan exigente, tan extrema, que es un modo simple de negar toda posibilidad de lo sobrenatural antes de comenzar ni siquiera a investigar los hechos.

La postura que muchos eclesiásticos siguen ante la posibilidad de una aparición o de un don místico es la de torcer el gesto como primera medida. Ante la mera posibilidad de la irrupción de algo extraordinario es como si lo más prudente fuera la de estar incómodo y manifestar claramente la incomodidad. Hay doctores en teología que les gustaría enseñar a Dios como tiene que hacer las cosas. Los mismos que se arrodillan a venerar a Santa Juana de Arco o el Padre Pío, son implacables con los hermanos contemporáneos de esos dos santos. Aunque lo de “arrodillarse a venerar” a esos santos es un decir, este tipo de teólogos suelen sentirse más cómodos ante un Dios que es más una fuerza, una energía, que un ser personal que le gusta intervenir en la historia.

Una aparición o un don si es auténtico es un regalo de Dios, no un problema que nos manda Él para agobio de censores, letrados y eruditos. Pero para muchos eclesiásticos de todas las épocas (esto no es un problema moderno) las revelaciones privadas acabaron con la muerte del último apóstol.

Despreciar los dones de Dios supone despreciar a Dios. La existencia de un don supone una acción directa de Dios.

Muy a menudo los que niegan la existencia de fenómenos demoníacos suelen ser los mismos que suelen negar la existencia de fenómenos místicos. Eso se debe a que algunos eclesiásticos desarrollan una visión racionalista de la fe. La religión se transforma en una moral y así hasta los mismos hechos bíblicos extraordinarios acaban siendo entendidos de un modo no literal. Uno se pregunta si para estos cristianos racionalistas el mismo Dios no acabará siendo más un símbolo que un ser personal.

Padre José Antonio Fortea.