jueves, 9 de mayo de 2013

SANTA GEMA Y EL DEMONIO


“EL DEMONIO SE HA PROPUESTO ARRUINARME”

La acción del demonio en la santificación de las almas. 

     En estos menguados tiempos en que tan suelto anda el demonio por el mundo y tan patente se deja sentir su acción en muchos de sus míseros esclavos abundan los ingenuos que se maravillan y escandalizan de que ese espíritu de perdición intervenga en las vidas de los santos, siquiera sea para perfeccionarlas y embellecerlas.

     Como quiera que el Señor no subordina sus disposiciones a los gustos de los tiempos y a las necias exigencias de sus enemigos, permite al demonio en nuestros días, como en la Edad Media y en todos los tiempos, tentar nuestra virtud, sirviéndose de ese enemigo del género humano para probar a los hombres como el oro en el crisol y hacer la selección entre réprobos y escogidos.

     La divina Providencia no permite, sin embargo, seamos tentados sobre nuestras fuerzas; antes bien, ordena sapientísimamente que los niños en la virtud sean tentados como niños y los gigantes como gigantes.

     Gigante en la virtud es sin duda la virgen de Luca; natural es que sus combates con el infierno sean reñidísimos y formidables. De Gema puede afirmarse lo que la Sabiduría dice de Jacob: que le preparó el Señor una gran batalla para que saliera vencedora. Según la magnitud de los combates que hubo de sostener contra el infierno nuestra heroína, fue la grandiosidad y brillantez de sus victorias.

      Escribiendo al director le dice: “Hace dos días que Jesús, después de la comunión, me repite: Hija, el demonio te está preparando una gran batalla; y estas palabras me las hace sentir a cada paso en el corazón”.

     Bien sabía el esclarecido director que el demonio recibió de Dios extraordinarios poderes para tentar y seducir a su santa dirigida. Desde el principio de su dirección le hizo escribir una solemne protesta de que nada quería con el demonio, al tiempo que le indicaba el saludo con que debía recibir todas las apariciones, llegando a exigirle escupiera en el rostro a cuantos personajes se le aparecieran.

     Es que, verdaderamente, el mismo Padre Germán aparece en esta materia como asustado, siendo muy cierto que en pocas vidas de santos encontramos que el Señor concediese al demonio la libertad para engañar y atormentar que descubrimos en la de nuestra santa joven. No hay para qué decir que el maligno espíritu se aprovechó largamente de ella.

Acción seductora.

     Empezó tratando de seducir y engañar a Gema incitándola, ora a la presunción, ora a la desconfianza y desesperación.

     Para lo primero le ponía ante los ojos que el confesor guardaba cuidadosamente sus cartas con intención de publicarlas un día para gloria y alabanza suya. No dejaba de ser peligrosa esa tentación, ya que Gema sabía que guardaban las cartas donde tantos y tan señalados favores del Cielo refería, así el confesor como el director.

     Nunca se retrajo por semejantes sugestiones de comunicarse con sus directores ni hizo caso de si ellos podían o querían utilizar sus escritos para unos u otros fines.

     En una ocasión, encontrándose Gema en el lecho, vio venir hacia sí a un venerable obispo rodeado de cincuenta niños y niñas, todos vestidos de ángeles y con velas encendidas en las manos. Llegados junto al lecho se colocaron alrededor de él, hasta que, a cierta señal, todos se arrodillaron, adorándola reverentes. Lejos de envanecerse la humildísima joven experimentó extraña turbación, señal inequívoca de que allí andaba de por medio el demonio. Trazó la señal de la cruz, y por más que tardó algún tiempo en manifestarse la peregrina turba, al fin mostraron ser una caterva de demonios venidos para tentar la humildad de Gema.

     El profundo conocimiento que tenía la sierva de Dios del todo de Dios y de la nada de la criatura, a  una con su candidez infantil, parecía tenerla al abrigo de todo sentimiento y hasta pensamiento de vanidad. Así que no es de extrañar fueran más rudos los combates con que el infierno trató de arrastrarla a la desesperación o la desconfianza.

     Las terribles pruebas a que el Señor la sujetaba y los indecibles dolores que sufría eran aprovechados por el astuto tentador para inducirla a desconfianza. Se le aparecía en diversas formas y le brindaba a trueque de los padecimientos que recibía de Jesús regalos y placeres edénicos.

     En el éxtasis 38 aparece el astuto tentador mostrándole en Jesús un tirano que se complace en atormentar a quien le sirve. Se le ve reaccionar valerosamente contra la sugestión diabólica y exclama: “¿Tirano mi Jesús?... ¿De manera, Dios mío, que todo el tiempo que he empleado en orar ha sido tiempo perdido? También me dice que el confesor me engaña. ¿Me perderé entonces por las palabras del confesor?...  ¡Ayúdame Tú, oh buen Jesús!; ¡Dímelo!”
  
     Así era cómo se resistía a las malignas sugestiones y cómo terminaba por entregarse con mayor ardimiento al divino servicio.

Empujándola a la desesperación.

     Más molestas que estas tentaciones resultaban aquellas otras en las que aprovechándose el enemigo de las desolaciones y temores de perderse de la santa joven procuraba empujarla a la desesperación. Clamaba la pobre Gema por Jesús, lo buscaba con febril afán y al no aducir el divino Salvador a sus clamores se presentaba en su lugar el demonio y le decía: “¿No ves que ese Jesús no te escucha ni se ocupa de ti? ¿Por qué te cansas corriendo tras Él? Abandónalo ya, resignándote a tu triste suerte”. Esta tentación ha causado en todo tiempo indecibles angustias a los santos. Superfluo es decir que también Gema padeció con ella indecible martirio.

     A veces pasaba el tentador más adelante, recordándole apariencias de pecados y tratando de persuadirla que por ellos estaba ya sentenciada al infierno.

Procurando aislarla de sus directores.

     Nada desesperaba tanto al infierno como la docilidad de la sierva de Dios en dejarse totalmente gobernar por sus directores. ¿Qué no podría prometerse el maligno espíritu de joven tan simple y candorosa abandonada a su propio juicio? En consecuencia, dirigió todos sus tiros contra el baluarte de la obediencia, seguro de que si lograba derribarlo tenía la plaza rendida y conquistada.

     Para ello le pintaba al Padre Germán como a un iluso, charlatán, ignorante, fanático y olvidadizo. “Basta – le escribía- que me ponga en oración o que tenga un buen pensamiento para que aquel cosaco (así llamaba al demonio) me diga interiormente: “¿Pero haces caso e ese hombre? ¡Si es un desgraciado, un chismoso!”.

     En otra carta le decía: “¡Si supiese cuántas tentaciones me trae el demonio con respecto a usted! Tan pronto me hace creer que es un usted un loco, un brujo…, como me dice al oído:

     -¿Y te fías de ese charlatán? ¡Hay que ver las boberías que te hace creer!

     Me lo representa a continuación como un hipócrita, etcétera…”.

     Como nada lograba el astuto tentador con semejantes insinuaciones y sugestiones, acudía a la violencia, siendo muy frecuente que cuando se ponía a escribir le arrancase la pluma de la mano, le hiciese trizas el papel, la arrojase del escritorio y hasta la agarrase por los cabellos, arrastrándola por el suelo, no sin que llegase a quedarse con mechones de cabellos entre los brutales dedos. Al desaparecer después de ejecutadas tales violencias, gritaba desesperado:

     -¡Guerra, guerra a tu Padre!

     Al referir estos hechos añade el Padre Germán: “Debo decir confidencialmente que el Maligno supo bien guardar su palabra.” Estas palabras ocultan muchas y grandes cosas que la humildad del bendito Padre ha querido dejar en el misterio.

Contra la obra de Monseñor Volpi.

     También la obra de Monseñor Volpi desconcertaba al infierno, llegando el demonio en su empeño por neutralizarla y contrarrestarla hasta tomar la forma del Prelado. “Cierto día – refiere el Padre Germán-, habiendo ido a la iglesia para confesarse, mientras se preparaba al lado del confesonario vio que ya el confesor, sin saber por dónde ni cómo, estaba en su puesto esperándola. 

Se extrañó de ello, sintiendo al punto turbación, como le acontecía siempre que se encontraba en presencia del demonio. Ello no obstante, se llegó al confesonario y empezó la confesión como de costumbre. La voz y los modales eran evidentemente del confesor, pero las palabras eran de lo más indecente y escandaloso que cabe imaginarse, yendo acompañadas de gestos y acciones deshonestas.

     -¡Dios mío – exclamó la pobre joven -. ¿Qué es esto? ¿Y dónde me encuentro?

     A tal vista y tales discursos se puso a temblar de pies a cabeza la inocente joven, quedando como desvanecida; pero cobrando luego el ánimo se alejó de allí, viendo que el presunto confesor había desaparecido sin que nadie le hubiese visto salir.

     Era el demonio, que con tan malignas artes se proponía engañar a la piadosa joven, haciéndole perder la confianza que tenía puesta en el confesor.

     Una vez, sin embargo, logró representar su papel con tanta propiedad que, permitiéndolo Dios, logró persuadir a la pobrecita de que era su propio confesor en persona. Por fortuna me ocurrió a mí por aquellos días tener que pasar por Luca, y enterado del caso conseguí, no sin gran trabajo y en virtud de santa obediencia, recobrase la paz perdida y la confianza en aquel santo sacerdote”.

Procurando meter la discordia entre los directores.

     Llevando más adelante el demonio sus malignas artes, trató de meter discordia entre el confesor y el director. El empeño parece difícil, tratándose de personas tan ilustradas y que con tanta pureza de intención buscaban la santificación de Gema; pero también el ardid fue de los mejor tramados, costando no poco trabajo descubrirlo.

     Recibió en cierta ocasión Monseñor Volpi una carta que llegaba como del Padre Germán, por más que no llevaba su firma. La carta estaba escrita con tales reservas y reticencias y mostraba tanta desconfianza, que desagradó no poco al venerable prelado le escribiera de tal manera un religioso a quien con tanta familiaridad había siempre tratado.

     No consistiéndole su conciencia quedasen así las cosas, contestó al Padre Germán con una carta muy sentida, pero que, sin embargo, terminaba con estas palabras: “Por lo demás, no crea que yo guarde resentimiento alguno contra V. R.: antes bien, he pedido frecuentemente noticias suyas y le estimo muy de veras.”  ¿Descubrió de pronto el director la treta infernal que en ese negocio se encerraba?

     Parece que de momento sólo pensó en deshacer el engaño. Tomó rápidamente la pluma y redactó esta lacónica respuesta: “Excelentísimo señor: He quedado no poco sorprendido al hablarme S. E. de cartas escritas por mí y sin firma. Y ¿qué fin me podía yo proponer al escribir de mi propio puño y sin la firma? Ni siguiera por distracción suelo caer en semejantes omisión. Me bendiga y tenga siempre por su humildísimo y obedientísimo servidor, Germán, Pasionista.”

     Al fin, y teniendo experiencia de otros enredos con que el demonio procuraba impedir su santo ministerio con Gema, acabaron por persuadirse de que sólo él pudo ser el autor de tan extraña carta.

     No fue ésta la única ocasión en que el demonio se sirvió de cartas fingidas para privar a la sierva de Dios del apoyo y guía de sus Padres espirituales. Poseemos otras no menos perversas y mal intencionadas.

Para privarle de la ayuda del Padre Pedro Pablo.

     Recordará el lector el inmenso bien que procuró a Gema el Padre Provincial Pedro Pablo, más tarde Monseñor Moreschini. Él fue de los primeros Pasionistas que descubrieron la acción de Dios en las cosas de la santa joven; quien la consoló en las graves vacilaciones que se siguieron a la aparición de las llagas; quien a ruegos de Monseñor Volpi obligó al Padre Germán a venir a Luca para examinar el espíritu de Gema. Pues bien; el espíritu maligno trató no sólo de privar a la sierva de Dios de la ayuda que recibía de tan ilustre religioso, sino también servirse de él como de instrumento para arrebatarle el confesor y el director y ocasionarle otros gravísimos males.

     Para ello hizo que dicho religioso recibiera dos cartas extrañas: la primera como de Monseñor Volpi, aconsejándole se desentendiera de ella, por tratarse de una ilusa, y la otra como del Padre Germán, calificándola de hipócrita y recomendándole interviniera para que la familia Giannini la arrojara de su casa.

     Afortunadamente, el Padre Pedro Pablo estaba preparado para todo. Hizo serenamente algunas averiguaciones, logrando comprobar se trataba de una estratagema diabólica.

     La pobre sierva de Dios sufría horriblemente viendo a todo el infierno conjurado para perderla. “El demonio –escribía al director- se ha propuesto arruinarme. Está desencadenado y pone en juego todas sus fuerzas”.

Tomando diversas figuras.

     Si a tales extremos llegaba el demonio para seducir y perder a nuestra Gema, ni que decir tiene que no repararía en tomar toda clase de formas y figuras para mejor conseguir sus diabólicos intentos.

     Así fue. Le hemos visto tomar la figura del confesor. Pasando más adelante, era muy frecuente se le apareciese en forma de ángel resplandeciente, y habremos de ver que llega hasta tomar la figura del mismo Jesucristo.

     Algunas veces descubría Gema muy pronto el engaño, por cierta especie de turbación que sentía; otras le costaba no leve trabajo y largo tiempo el caer en la cuenta del personaje con quien tenía que habérselas.

     En cierta ocasión vio ante sí un ángel de peregrina hermosura que dirigiéndole la palabra le decía: “Mírame; con sólo que jures obedecerme puedo hacerte feliz”.  No experimentando Gema la acostumbrada turbación, se puso a escuchar con la mayor sencillez las proposiciones del supuesto ángel. Si las primeras aparecían inofensivas, muy luego se siguieron a ellas otras nefandas. Horrorizada la inocente virgen, lanzó un grito: “¡Dios mío, Virgen Inmaculada, primero la muerte!”; al mismo tiempo se lanzó contra el fingido ángel y le escupió en el rostro. Desapareció el malvado en forma de llama, no sin dejar en pos de sí un montón de ceniza.

     No menos peligrosas eran las apariciones en que tomaba el demonio la figura del mismo Jesucristo. Bajo la capa de santos consejos, no buscaba otra cosa que sorprender la ingenuidad de la santa doncella para extraviarla en el camino de la virtud.

     Fuera de estas formas, lo ordinario era se le apareciese en figura de un negro gigantesco, de repugnante y asqueroso enano, de perro rabioso, de dragón con dilatadas fauces y afilados dientes, de gato negro descomunal y de otras distintas fieras salvajes. Los últimos años fueron frecuentísimas todas estas apariciones, hasta el extremo de que la santa joven llegó ya a perder el temor y espanto que en un principio lo ocasionaban, confiando, por otra parte, que la gracia de Dios sabría convertir en su provecho las maquinaciones infernales.

     Véase por vía de ejemplo una de tales apariciones presenciada por el Padre Germán. “En cierta ocasión –escribe éste- asistía yo a Gema, enferma de gravedad. Me encontraba en un ángulo de la habitación rezando en mi breviario, cuando vi cruzar corriendo por entre mis piernas un enorme gato negro, de figura horrible, que después de dar una vuelta por toda la habitación fue a colocarse sobre el respaldar inferior de la cama de hierro, frente por frente de la enferma, sobre quien lanzaba miradas feroces. A mí se me helaba la sangre en las venas, en tanto que Gema seguía tan tranquila. Ocultando mi turbación, le pregunté:

     -¿Qué hay de nuevo?

     -No se asuste, padre –me respondió-; es ese cosaco de demonio que quiere molestarme, pero estese tranquilo, que no le hará daño alguno.

     Me acerqué temblando con el agua bendita, rocié el lecho y desapareció la aparición, quedando la enferma tranquilísima, como si nada hubiera pasado”.

     Interrogada doña Cecilia sobre este hecho, que también se lo refirió el Padre Germán cuando acababa de suceder, añade: “Fue en octubre de 1902, cuando encontrándose el Padre Germán en la habitación de Gema, vio el enorme gato de que habla. Debo notar que no existía en casa semejante gato y que estando yo en aquella ocasión trabajando en la habitación inmediata, por la cual había de pasar para llegar a la de Gema, recuerdo perfectísimamente no haber visto pasar gato alguno”.

Violencias satánicas.

     Visto por el demonio que nada conseguía con todos sus engaños y ficciones, aprovechándose largamente del permiso que Dios le concedía, maltrataba a nuestra santa joven de mil maneras a cual más brutales.

      Unas veces la golpeaba con fiereza, otras la arrastraba por el suelo, cuándo la mordía como un perro, cuándo la tiraba por los cabellos hasta arrancárselos, ya se arrojaba sobre sus espaldas arañándola, ya, finalmente, la sacaba del lecho, dejándola en el suelo sin sentido.

     Excusando es decir lo mucho que sufría la inocente virgen bajo los despiadados golpes del infernal enemigo. A veces aparecía su carne toda amoratada, otras sentía como descoyuntados todos los huesos; en ocasiones hubo de guardar cama a consecuencia de los malos tratos recibidos y hasta en algún caso llegó a persuadirse de que realmente la mataba.

     No menos que tales atentados contra la vida temía la pudibunda doncella las tentativas diabólicas contra la pureza. Ofrecía el inmundo espíritu a las castas miradas de Gema vergonzosas desnudeces; la incitaba a cometer deshonestidades; ponía sobre ella las manos para excitar torpes complacencias y cometía otras mis diabluras que la pluma se resiste a transcribir.

     Escuchemos la llaneza e ingenuidad con que la sierva de Dios refiere estas violencias satánicas. “Hoy creía –escribe en el Diario- verme libre de aquella fiera bestia, pero no ha sucedido así. Me dirigía al aposento para descansar, cuando comenzó a descargar sobre mí tales golpes que creí me mataba. Tenía la figura de un perrazo negro; me puso las patas sobre la espalda, atormentándome tanto que parecía me trituraba los huesos. Hace tiempo también que al tomar agua bendita me dio tan fuerte golpe en el brazo que me lo descoyuntó, cayendo en tierra presa de intensísimo dolor; pero todo se remedió muy pronto, porque Jesús me tocó con su mano y al punto quedé curada”.

Obsesión y posesión diabólicas.

     No siempre eran de este género las violencias del demonio sobre Gema. Frecuentemente se revelaban en lo que llaman los místicos “obsesión” y hasta “posesión diabólica”.

     Bajo la acción del espíritu infernal se sentía la sierva de Dios como encadenada en sus miembros, en sus facultades y hasta en su lengua, o bien obligada a ejecutar movimientos y acciones que repugnaban su voluntad.

     El primer empeño del enemigo de la salvación  era privar a la sierva de Dios de su acostumbrada oración. Apenas se recogía para tan santo ejercicio, cuando le hacía sufrir horribles dolores de cabeza, le descomponía los humores, le infundía náuseas y repugnancias, con que se esforzaba por retraerla de su trato con el Señor.

     No paraba aquí la acción diabólica sobre Gema. “Aunque muy raras veces – dice el Padre Germán -, ocurría que el demonio la poseía por completo, ligándole las potencias del alma (entiéndase que excluida su voluntad) y perturbando su imaginación hasta el extremo de aparecer como posesa, daba pena contemplarla en semejantes circunstancias. Sentía tanto horror a este lamentable estado que temblaba y palidecía a  su solo recuerdo. ¡Dios mío –escribía al director-; he estado en el infierno, sin Jesús, sin la Mamá, sin el Ángel! Si he logrado salir sin pecado, sólo a Jesús se lo debo. A pesar de todo estoy contenta, porque sé que padeciendo de este modo, y padeciendo siempre, hago la santísima voluntad de Jesús”.

“Tengo miedo de encontrarme en manos del demonio”.

     Al verse en tales aprietos, solía  acudir con toda diligencia al Cielo pidiendo fortaleza, acudía también despavorida solicitando el auxilio del confesor. “Monseñor –le escribía-, venga inmediatamente; el demonio me las hace de todas las especies… Ayúdeme  a salvar mi alma, pues tengo miedo de encontrarme en manos del demonio”.

     Este miedo de Gema aparece muy legítimo si se tiene en cuenta que poseída del espíritu maligno llegaba hasta volverse contra las personas que la rodeaban, destrozar objetos sagrados, escupir a la imagen de la Santísima virgen y el crucifijo, retorcerse como desesperada por el suelo y otros actos semejantes. Sabemos por la teología mística que pueden darse estos casos, y las vidas de los santos más de una vez los registran. Dios permite la posesión diabólica en los santos para proporcionar a éstos más glorioso triunfo y más humillante derrota al demonio. Posesionado este espíritu maligno de todo el cuerpo y facultades sensitivas de los santos, arrastrándoles a cometer verdaderas impiedades, a la postre tiene que confesarse vencido, comprobando no puede doblegar su voluntad ni apartar su corazón el amor divino.

     “Este demonio –escribe al director- es el que hace que cuantos sentidos, sentimientos y miembros tengo en mi cuerpo estén todos en pecado y todos corrompidos; sólo hay una excepción… el corazón, sede de Jesús”.

Tras los combates con el infierno las consolaciones celestiales.

     Dice el sagrado Evangelio que después de triunfar Jesucristo de las tentaciones del demonio en el desierto, se le acercaban los ángeles para servirle. Después de triunfar gloriosísimamente nuestra santa joven de las maquinaciones infernales a que era sometida su virtud llegaban las divinas consolaciones, tan grandes y misteriosas como las tentaciones vencidas.

     Superada en cierta ocasión una de esas terribles pruebas, “apenas me puse de rodillas –escribe al confesor- se me presentó Jesús y me entretuve con Él largo rato. Le pregunté dónde había estado.

     -A tu lado- me contestó.

     -¡Oh Jesús mío! –le dije-. Mucho que ha dado qué sufrir aquella bestia infernal, y debo estar llena de pecados con lo mucho que te habré ofendido.

     No, hija mía –me respondió Jesús-; no me has disgustado en lo más mínimo, puesto que en nada has consentido.

     Me he solazado con Jesús todo el resto de la noche. ¡Oh Monseñor, qué hermosa es la presencia de Jesús y qué horrenda la vista del diablo!

     A veces no se contenta el Salvador con asegurarla de su buen comportamiento en la pelea; la instruye sobre las precauciones que debe tomar y el modo de conducirse en los combates.

Eficacísimos protectores.

     Pasando todavía más adelante el celestial Esposo, ofrece a esta aguerrida luchadora su celestial protección y compañía. “Yo estaré siempre contigo –le dice- y mi Madre Santísima te protegerá; pero invócala a menudo”.

     Hemos hablado en otro lugar de la valiosísima defensa que encontraba en la Santísima virgen. La augusta debeladora del poder de las tinieblas estaba siempre pronta para auxiliar a esta su queridísima hija y siempre acudía trayéndole la palma de la victoria.

     También su celestial protector San Gabriel de la Dolorosa acudía tan pronto como era invocado. “Ayer –escribe al confesor- me asaltó una tentación violentísima. Llamé al Hermano Gabriel y al punto compareció diciéndome: Cuando la tentación ponga tu corazón en sobresalto y tu alma en trance de ceder al enemigo recurre a mi protección, bien segura de no caer”.  Así lo hacía y siempre le fue eficacísima la protección del angélico joven Pasionista.

     Su amado Padre San Pablo de la Cruz acudía igualmente a defenderla en los trances de mayor apuro. “El miércoles por la tarde –escribe- me sobrevino una gran tristeza, por la cual conocí que el malvado se acercaba. Únicamente con agua bendita y más aun invocando a San Pablo de la Cruz pude verme libre”.

     A veces acude San Gabriel “acompañado de otro Pasionista anciano”, en quien muy pronto reconoce a San Pablo de la Cruz; y no faltan ocasiones en que Jesús, San Pablo de la Cruz y san Gabriel, “siempre los tres” -añade- acuden con los laureles del triunfo.

     Como escudo de defensa contra los ataques de Satanás usaba también escapularios, medallas y en los últimos años una reliquia de la Santa Cruz que para dicho objeto le había regalado el Padre Pedro Pablo. Encontraba tan eficaz defensa en estos objetos que viendo frecuentemente al demonio impotente para atormentarla poníase a hostigarle y mofarse de él.

El demonio corrido y vencido.

     Esto de mofarse del demonio y hacer como que tomaba a chacota sus amenazas y crueldades era también bastante frecuente, hasta que el Padre Germán le prohibió detenerse en pláticas y denuestos semejantes. Cuando vencido y corrido el demonio huía precipitado le despedía con sonoras risotadas. “Si lo hubiera visto, Padre - escribía al director-, cómo tropezaba al huir furioso, se hubiera reído como yo me reía”. “Después de estas palabras – escribe en otra ocasión – quedé tranquila en el lecho y me reía mirando los feos visajes que hacía y la rabia que le devoraba. Me amenazaba con atormentarme si me ponía en oración.

     -No importa – le respondía -; sufriré por amor de Jesús.

     En resumidas cuentas, que hoy me he divertido bastante”.

     En cierta ocasión se puso el demonio a azotarla despiadadamente. Sin inmutarse lo más mínimo, le dijo:

     -Está bien; tenía hoy que tomar la disciplina por mis propias manos y vienes tú a evitarme ese trabajo.

     Enseñan los Doctores Místicos que cuando las almas llegan a la unión transformante con el Sumo Bien ya no temen ni se inquietan por las tentaciones y acometidas del demonio, seguras de que no ha de reportar ganancia ni victoria sobre ellas. Gema llegó al feliz estado de poder despreciar todas las artimañas y baterías del infierno, tranquila en su ardiente amor a Jesús. “Aun cuando el demonio llegue a privarme de todo humano auxilio, no llegará a faltar Jesús en mi corazón. De todos puedo dudar, pero de mi Jesús no. Sí, papá mío, comprendo muy bien la rabia del demonio. Pero no me da la gana hablar más de él; quiero hablar de mi Jesús”. “Vete de aquí, mala bestia – decía también al tentador - ; ¿no te das cuenta de que en lugar de hacerme daño me causas provecho?”.

     Y si nuestra Gema ya no teme, antes se felicita en su lucha contra el infierno, ¿en qué han venido a parar tantos engaños, sugestiones, enredos, violencias, apariciones y hasta posesión del infernal enemigo?

     Llanamente, en secundar los designios de Jesús sobre su fidelísima sierva. “El demonio – le había dicho- será quien dé la última mano a la obra que en ti deseo ejecutar”, y al final de la carrera esas acometidas del infierno nos muestran a Gema en el último peldaño de la escala espiritual, la unión transformante.

PP. German y Basilio, C.P.
VIDA DE SANTA GEMA GALGANI