martes, 16 de mayo de 2017

EL DISCERNIMIENTO DE ESPÍRITUS (V)

Capítulo 5: Indicaciones para discernir mociones concretas

Indicaciones para discernir las distintas mociones concretas (EE, 313)

Para discernir el origen de los impulsos, mociones y consolaciones que una persona percibe en su alma hay que atender al modo, la materia, las circunstancias, el desarrollo y los efectos de tales fenómenos

1) El modo

Primero hay que atender al modo como se producen; aunque esta norma no tiene valor absoluto es ya un importante indicativo. Así, por ejemplo (EE, 335):

–El buen espíritu: actúa suavemente, sin ruido, ni choque, sin estridencia, porque Dios entra en el alma en gracia como en casa propia. Es claro y fácilmente entendible.

–El mal espíritu: actúa generalmente de modo estrepitoso, sensible y perceptible, como forastero en el alma en gracia.

2) La materia

En segundo lugar, hay que atender a lo que se propone. Cuando lo que se propone es algo malo no hay dificultad alguna en identificarlo como proveniente del mal espíritu. El problema es cuando lo que se propone es algo bueno: esto puede ser propuesto por el buen espíritu o por el malo para conseguir sus propios fines. El mal espíritu puede, perfectamente engañar incluso con razonamientos “teológicos”. Dice Gersón: el demonio a veces hace teología. Testimonio de esto son las tentaciones de Cristo en el desierto, para las cuales el diablo usa e interpreta de modo sofístico la Sagrada Escritura. Es necesario, por eso, hacerse cargo de su “teología” que si no empieza, al menos termina siendo contraria al verdadero sentido de la Revelación. ¿Qué observar para hacer un juicio?

–Cuando mueve a algo substancialmente menos bueno de lo que ya tenía determinado hacer el alma ante Dios, aunque sea bueno no viene del espíritu bueno.

–Si mueve a algo igualmente bueno o mejor y no perjudica los propósitos de vida ya tomados bajo la luz de Dios, sino que por el contrario los completa y eleva, entonces puede ser del espíritu bueno, si las circunstancias son buenas.

3) Las circunstancias

Hay que ver si lo que se propone es algo consonante con las obligaciones de estado de la persona, con las tendencias de la gracia tal como ya se han mostrado en la vida de esa persona, con la vocación que Dios le ha mostrado. Así, rara vez es de Dios:

–El impulso a cambiar un estado de vida ya elegido ante Dios.

–El impulso a realizar cosas extraordinarias y singulares o desproporcionadas al estado, edad, fuerzas, dotes y formación.

–El impulso a puestos u ocupaciones que traen riqueza, honores, poder, independencia.
Para estos casos habría que pedir una evidencia basada en la confluencia de signos no ya ordinarios sino extraordinarios. Indica, por eso, San Juan de la Cruz, que la resistencia a estos impulsos es agradable a Dios.

4) El desarrollo

En cuarto lugar, y especialmente para las consolaciones, hay que atender al desarrollo:

a) En las consolaciones con causa San Ignacio recomienda examinar todo el proceso de nuestros pensamientos (EE, 322-323):

–Los que vienen de Dios son buenos en su principio, su medio y su fin.

–Los que vienen del mal espíritu, en algún momento del proceso no son buenos: ya sea en su comienzo, en su medio o en su fin. San Ignacio advierte que es propio del demonio entrar con la “nuestra” para salir con “la suya”, es decir, sacar provecho incluso con cosas aparentemente buenas.

b) En las consolaciones sin causa hay que examinar el “segundo momento” de la consolación. Porque Dios puede tocar el alma y dejarla inflamada, pero en un segundo momento puede también mezclarse la influencia del mal espíritu, ya sea:

–Haciéndonos ver dificultades e inconvenientes en cumplir lo que Dios nos ha mostrado como voluntad suya en la consolación.

–O haciéndonos perder todo el fervor recibido inclinándonos a hablar y a manifestar a los demás, sin pudor espiritual, la gracia recibida.

–O bien poniéndonos respetos humanos de obrar en consonancia con las gracias recibidas durante la consolación (EE, 336).

5) Los efectos y los fines

Por último, hay que atender a los efectos, es decir, al estado espiritual que sigue a la determinación tomada. En general hay que decir que:

–A la obediencia al buen espíritu sigue serenidad y paz.

–Al prestar oído al mal espíritu sigue un estado interior de inquietud, oscuridad, turbación. Escribía Dom Columba Marmion a un dirigido: “En general debe considerar como obra del enemigo todo pensamiento que la agite, que arroje perplejidad en su espíritu, que disminuya la confianza o que le encoja el corazón”.

Todo esto puede resumirse con la comparación de los diversos espíritus o señales que indicaba De Guibert de modo esquemático:

A. Signos de uno y otro en el entendimiento

El Espíritu divino:

-Enseña cosas verdaderas
-Enseña cosas útiles
-Da luz y discreción
-Da flexibilidad
-Da pensamientos de humildad

El Espíritu diabólico:

-Enseña falsedades
-Enseña cosas inútiles, vanas, ligeras
-Da oscuridad, indiscreción
-Siembra obstinación
-Da pensamientos de soberbia o vanidad

B. Signos de uno y otro en la voluntad

El Espíritu divino se caracteriza por:

-Paz
-Humildad
-Firme confianza en Dios
-Temor de sí mismo
-Docilidad y obediencia
-Rectitud, pureza de intención
-Paciencia y deseo de cruz
-Abnegación voluntaria
-Sinceridad y sencillez
-Libertad de espíritu
-Deseo de imitar a Cristo
-Caridad benigna y desinteresada


El espíritu diabólico se caracteriza por:

-Inquietud, turbación
-Soberbia
-Desesperación, desconfianza
-Presunción
-Desobediencia, dureza y fijación
-Torcida intención
-Impaciencia y quejas
-Excitación de las pasiones
-Ocultamiento y doblez
-Apegos y esclavitud
-Desafección hacia Cristo
-Falso celo, amargo e impaciente

C. Señales que hacen dudar y poner en guardia: (son ordinariamente signos de mal espíritu o disposiciones naturales que predisponen a la intervención del mal espíritu)

–Después de haber elegido un estado, querer pasar a otro.

–Tendencia a singularidades o cosas impropias de su estado.

–Afición a cosas extraordinarias o a grandes penitencias exteriores.

–Apego a las consolaciones sensibles.

–Estado perpetuo de consolación y deleite espiritual.

–Las lágrimas.

–Los deseos de visiones y revelaciones.


P. Miguel Ángel Fuentes, V.E.