lunes, 6 de marzo de 2017

VARÓN BIENAVENTURADO Y FELIZ


A San José se le puede aplicar el principio formulado por Santo Tomás a propósito de la plenitud de gracia y de la santidad de María: «A los que Dios elige para algo, los prepara y dispone de tal modo que sean idóneos para ello» (SANTO TOMAS, Suma Teológica, 3, q. 27, a. 4, c).

Por esto, la Virgen Santísima, llamada a ser Madre de Dios, recibió, junto con la inmunidad de la culpa original, desde el mismo instante de su Concepción una plenitud de gracia que superaba ya la gracia final de todos los santos juntos. María, la más cercana a la fuente de toda gracia, se benefició de ella más que ninguna otra criatura (Ibídem, a. 5). Y después de María, nadie estuvo más cerca de Jesús que San José, que hizo las veces de padre suyo aquí en la tierra. Después de María, nadie recibió una misión tan singular como José, nadie le amó más, nadie le prestó más servicios... Ningún otro estuvo más cerca del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. «Precisamente José de Nazaret "participó" en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. Él participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo (Ef 1, 5)» (JUAN PABLO II, Exhort. Apost. Redemptoris custos, 15-VIII-1989, 2).

El alma de José debió ser preparada con singulares dones para que llevara a cabo una misión tan extraordinaria, como la de ser custodio fiel de Jesús y de María. ¿Cómo no iba a ser excepcional la criatura a quien Dios encomendó lo que más quería de este mundo? El ministerio de San José fue de tal importancia que todos los ángeles juntos no sirvieron tanto a Dios como José solo (Cfr. B. LLAMERA, Teología de San José, BAC, Madrid 1953, p. 186).

Un autor antiguo enseña que San José participó de la plenitud de Cristo de un modo incluso más excelente y perfecto que los Apóstoles, pues «participaba de la plenitud divina en Cristo: amándole, viviendo con Él, escuchándole, tocándole. Bebía y se saciaba en la fuente superabundante de Cristo, formándose en su interior un manantial que brotaba hasta la vida eterna.

»Participó de la plenitud de la Santísima Virgen de un modo singular: por su amor conyugal, por su mutua sumisión en las obras y por la comunicación de sus consolaciones interiores. La Santísima Virgen no pudo consentir que San José estuviese privado de su perfección, alegría y consuelos. Era bondadosísima, y por la presencia de Cristo y de los ángeles gozaba de alegrías ocultas a todos los mortales, que sólo podía comunicar a su esposo amantísimo, para que en medio de sus trabajos tuviese un consuelo divino; y así, mediante esta comunicación espiritual con su esposo, la Madre intacta cumplía el precepto del Señor de ser dos en una sola carne» (ISIDORO DE ISOLANO -siglo XVI-, Suma de los dones de San José, III, 17).

«Oh José! - le decimos con una oración que sirve para prepararnos a celebrar la Santa Misa o a asistir a ella- varón bienaventurado y feliz, a quien fue concedido ver y oír al Dios, a quien muchos reyes quisieron ver y oír, y no oyeron ni vieron. Y no sólo verle y oírle, sino llevarlo en brazos, besarlo, vestirlo y custodiarlo: ruega por nosotros (Preces selectae, Adamas Verlag, Colonia 1987, p. 12). Atiéndenos en aquello que en estos días te pedimos, y que dejamos en tus manos para que tú lo presentes ante Jesús, que tanto te amó y a quien tanto amaste en la tierra y ahora amas y adoras en el Cielo. Él no te niega nada.

Fuente: MesdeSanJosé.