miércoles, 3 de abril de 2013

ARMAS CONTRA SATANÁS



La vida es una lucha contra el mal
 P. Angel Peña O.A.R.

 San Pablo nos invita a defendernos del maligno y a luchar como valerosos soldados en esta lucha sin cuartel, que durará toda la vida. Nos dice: “Revestíos de la armadura de Dios para que podáis resistir las insidias del diablo, ya que nuestra lucha no es contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los malos espíritus. Tomad, pues, la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo y vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestidos con la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos a anunciar el Evangelio de la paz. Embrazad en todo momento el escudo de la fe, con el que podáis apagar los dardos encendidos del maligno. Tomad el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios, con toda suerte de oraciones y plegarias, orando en todo tiempo” (Ef 6,10-18).

 La victoria está asegurada. “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom 8,31). “Dios nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo… Manteneos firmes e inconmovibles, abundando siempre en toda obra buena, teniendo presente que nuestro trabajo no es vano ante el Señor” (1 Co 15,57-58).

 La oración

  La oración es un arma imprescindible en la lucha sin tregua contra Satanás. También es importante el ayuno, pues algunos demonios sólo pueden ser expulsados con la oración y el ayuno (Mat 17,21). Otra cosa buena es hacer, sobre uno mismo, tres veces la señal de la cruz y repetir: “Por la señal de la santa cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro”. Y pedir que nos cubra la sangre de Jesús para que nos proteja de todo mal y de todo poder del maligno. La sangre de Jesús es como una campana infranqueable para el maligno con la cual podemos protegernos nosotros y nuestros familiares. Decir más o menos así: “Señor, cúbreme a mí y a mi familia y a todos los presentes con tu sangre bendita y protégenos de todo poder del maligno”. Esta oración de protección con la sangre de Cristo es importantísima hacerla antes de comenzar cualquier oración de liberación para no ser afectados por efectos negativos.

 También es bueno repetir el nombre de JESÚS y MARÍA. Es sabido que los demonios huyen al pronunciar estos nombres santos. Por eso, pronunciar el nombre de Jesús y de María, es como enviar una ráfaga de ametralladora espiritual contra los espíritus malignos que nos rodean. Personalmente, cuando me presento en radio o televisión para alguna entrevista, acostumbro comenzar con “Alabado sea Jesucristo y bendita sea María, Nuestra Madre”. Sé que es muy eficaz, porque es como hacer un barrido espiritual para protegerme a mí y a los que me rodean del poder del enemigo.

 Otra cosa que resulta ser muy eficaz, cuando el demonio quiere hacernos perder la paz y descontrolarnos por la ira o la impaciencia, es repetir jaculatorias como: “Jesús, yo te amo, yo confío en Ti”. Jesús le enseñó a la Venerable Sor Consolata Betrone a repetir constantemente: “Jesús, María, os amo, salvad almas”. Y le dijo que, repitiendo constantemente esta oración, debía hacer de su vida un acto continuo de amor. Para ello, debería evitar todo pensamiento o palabra inútil, pues eso sería “un robo de amor”. Y ella, cuando no podía concentrarse en repetir este acto de amor por hablar con otra persona o por estar dormida, le pedía a su ángel custodio que lo rezara en su lugar. Y Jesús le dijo el 7 de octubre de 1935: “Un acto de amor repara mil blasfemias y decide la eterna salvación de un alma. Por eso, ten remordimiento de perder un solo “Jesús, María, os amo, salvad almas”.

 Algo muy importante también es la coronilla del Señor de la misericordia. Según escribe Santa Faustina Kowalska en su Diario, Jesús le dijo: “Hija mía, si se reza esta coronilla al lado de un agonizante, Yo me interpondré entre el Padre y el alma agonizante como Salvador misericordioso… Un día, al entrar a la capilla, el Señor me dijo: Hija mía, ayúdame a salvar a un pecador agonizante. Reza por él esta coronilla que te enseñé. Cuando empecé a rezarla, vi al moribundo en terribles luchas y suplicios. El ángel de la guarda lo defendía, pero estaba como sin fuerza ante la inmensidad de la miseria de esta alma. Una gran cantidad de demonios esperaban. Pero, mientras recitaba la coronilla, vi a Jesús tal cual está pintado en el cuadro. Los rayos, que salían de su Corazón, invadieron al enfermo y las fuerzas de las tinieblas huyeron despavoridas. El enfermo tranquilamente exhaló su último suspiro. Al volver en mí, comprendí cuán importante es la recitación de esta coronilla cerca de los moribundos” (V 140).

 También es muy bueno repetir con frecuencia la oración del arcángel San Miguel. Esta oración la compuso el Papa León XIII después de haber tenido una visión sobre los males que vendrían a la humanidad y a la Iglesia, si no se defendían del poder del maligno. Esta visión histórica del Papa León XIII está documentada en “Ephemerides Liturgicae” de 1955. Este Papa mandó que se rezara en todas las misas. Dice así: “San Miguel arcángel, defiéndeme del enemigo y ampárame de todas las asechanzas del maligno. Que Dios te reprima, espíritu maligno, y tú, príncipe de la milicia celestial, arroja con el divino poder a Satanás a lo más profundo del infierno y también a los otros espíritus inmundos, que vagan por el mundo, buscando la perdición de las almas”.

 Pero no olvidemos que la oración más eficaz y sublime es la santa misa. Otras oraciones para casos especiales pueden ser:

 SEÑOR JESÚS, CÚBREME CON TU SANGRE BENDITA DERRAMADA EN LA CRUZ Y POR TUS MÉRITOS INFINITOS Y LA INTERCESIÓN DE MARÍA Y DE TODOS LOS SANTOS Y ÁNGELES, TE PIDO QUE ME PROTEJAS DE TODO MAL Y DE TODO PODER DEL MALIGNO, A MÍ Y A TODOS MIS AMIGOS Y FAMILIARES.


 JESÚS, YO RENUNCIO A SATANÁS Y A TODAS SUS OBRAS, A TODA SUPERSTICIÓN, ASTROLOGÍA, BRUJERÍA, MAGIA, ADIVINACIÓN, ESPIRITISMO U OCULTISMO. RENUNCIO AL USO DE AMULETOS, TALISMANES O FETICHES. RENUNCIO A TODA VINCULACIÓN CON EL MALIGNO EN QUE HAYA PODIDO ESTAR YO O MIS ANTEPASADOS. ROMPE, JESÚS, TODA VINCULACIÓN CON SATANÁS QUE PUEDA HABER EN MI VIDA O EN LA DE MI FAMILIA. ROMPE TODA INFLUENCIA MALÉFICA QUE HAYAN PODIDO HACERNOS A TRAVÉS DE MALDICIONES, MALEFICIOS O DE OTRAS COSAS CON LA INTERVENCIÓN DE SATANÁS. LIBÉRAME DE TODO MAL Y DAME TU PAZ Y TU AMOR EN MI CORAZÓN.

 JESÚS, PON SOBRE MÍ Y SOBRE MI FAMILIA Y SOBRE TODAS NUESTRAS COSAS (CASA, TRABAJO, COCHE…) TU SELLO BENDITO PARA QUE TODO ESPIRITU MALIGNO RECONOZCA QUE SOMOS TUYOS Y QUEREMOS SERLO AHORA Y PARA SIEMPRE. JESÚS, MARCA MI VIDA Y TODAS MIS COSAS CON TU SANGRE BENDITA PARA QUE TODO LO QUE SOY Y TENGO SEA TUYO Y PARA TI, AHORA Y PARA SIEMPRE.

 JESÚS, YO TE PROCLAMO COMO MI SEÑOR Y EL DE MI FAMILIA. YO TE AMO Y YO CONFÍO EN TI. AMÉN. AMÉN.

 Confesión y comunión

 Uno de los medios más poderosos para defendernos del maligno es la recepción frecuente de los sacramentos de la confesión y comunión. Muchas veces, el diablo nos hace sentir “hipócritas”, después de haber pecado, y nos insinúa la idea de no ir a la Iglesia para no sentir el temor de confesarnos o nos sugiere callar algunos pecados por “vergüenza”, haciendo así una mala confesión. Pero, si acudimos a la confesión con humildad y arrepentimiento, el diablo se alejará de nosotros. Nada mejor que la humildad para alejar al soberbio. Y sentiremos la alegría de ser perdonados, porque para Dios no hay pecados demasiado grandes o numerosos que no pueda perdonar. Su Amor y su Misericordia son más grandes que nuestros pecados y nunca debemos desconfiar de su perdón.

 Después de confesarnos, debemos acudir a recibir a Jesús en la comunión lo más frecuentemente posible. Así estaremos fuertes en el espíritu, porque la Eucaristía es la mayor fuente de energía espiritual. Decía Santo Tomás de Aquino que “cuando volvemos de la santa misa y comunión, somos como leones que soplan fuego, temibles para los demonios” (ST III, q. 79). En Medjugorje, la Virgen María ha recomendado la confesión mensual y la misa y comunión diaria, a ser posible.

 La comunión es el momento más sublime de la tierra para una persona que tiene fe. ¡Cuántas bendiciones recibimos al comulgar con devoción! Los santos nos hablan de la comunión como de una necesidad imperiosa de sus almas. No podían vivir sin comulgar. Era un ansia tan grande que eran capaces de cualquier cosa con tal de recibir la comunión. Muchas veces, se producen milagros espectaculares en el momento de la comunión o de la bendición con el Santísimo Sacramento, como ocurre frecuentemente en Lourdes y en otros lugares. Incluso, hay santos que han vivido muchos años sin comer ni beber, solamente recibiendo la comunión diaria. Veamos algunos casos:

 ALEXANDRINA DA COSTA (1904-1955). Vivió los últimos trece años de su vida sin comer ni beber, sólo recibía la sagrada comunión cada día. En una oportunidad, con permiso del obispo, fue sometida a una observación exhaustiva en un hospital de Oporto (Portugal), vigilada las 24 horas del días por testigos imparciales para que no tomara ningún alimento o bebida. Al final de los cuarenta días, ella había mantenido su peso, temperatura, presión arterial; pulso y sangre eran normales. Los médicos no pudieron encontrar ninguna explicación científica o médica. Pero Jesús se le apareció un día y le dijo: “Tú estás viviendo de la Eucaristía, porque quiero demostrar al mundo el poder de la Eucaristía y el poder de mi vida en las almas”.

 TERESA NEUMANN (1898-1962) fue también un alma mística fuera de serie. Pasó los últimos 35 años de su vida solamente con la comunión diaria. En una ocasión, también la internaron en un hospital para ver si era cierto que no comía ni bebía. Estuvo allí desde el 14 al 28 de julio de 1927. Cuando entró, pesaba 55 kilos y al salir también. Sólo recibía cada día la comunión y 3 cm3 de agua para poder pasarla. Según el resultado de los estudios realizados, el 14 de julio pesaba 55 kilos, el sábado 16 de julio pesaba 51, el 20 de julio pesaba 54 y el sábado 23 pesaba 52,5 kgs. El día 28, último día, se había recuperado totalmente, de modo inexplicable, y pesaba de nuevo 55 kilos. La pérdida de peso tenía lugar los viernes por la eliminación de sangre y sudor durante los éxtasis, en que vivía la Pasión de Cristo.

 Para ella la comunión era lo más importante de la vida. Un día le tomaron una foto en el momento de la comunión. Su vista aparece resplandeciente y su rostro irradia una inmensa felicidad.

 GEORGETTE FANIEL, la estigmatizada canadiense, decía: “La Eucaristía me sostiene para soportar todos mis sufrimientos y enfermedades. Hasta me ha curado de una parálisis del lado derecho del rostro. Una tarde, he sentido una voz que me decía: Mi bienamada, recibe el Cuerpo de Cristo y serás curada… El Padre Girard me dio un pedacito de hostia y yo le dije “Gracias”. Él se quedó asombrado de que pudiera hablar y moverme, pues antes no podía hacerlo. Él empezó a llorar. No había visto jamás llorar a un hombre así. Era la primera vez que asistía a un milagro. Al poco tiempo, vino el médico y la enfermera, y no podían entender nada.

 Otro día, me pasó algo parecido. Tenía una hemorragia terrible y me iban a llevar al hospital. Yo le dije al Padre Girard: “Deme la Eucaristía, estoy segura de que estaré mejor”. Y me recuperé inmediatamente. El Señor había querido probar mi fe. Por eso, ahora no puedo dejar de tener fe en Jesús Eucaristía”.

 ¿Crees en la presencia real de Jesús en la Eucaristía? ¿Recibes la comunión frecuentemente?

Las indulgencias

 Las indulgencias son medicinas para curar los efectos negativos del pecado, que ya ha sido perdonado por la confesión. Después de haber confesado nuestros pecados, quedan muchos “restos”, malas raíces, malas costumbres adquiridas, apegos desordenados, que influyen negativamente en nosotros y son puertas de entrada al maligno. Podemos también hablar de “vacíos”, debilidades o “anemia” espiritual, que hay en nuestra alma para seguir el camino del bien. Cuando uno peca, se debilita espiritualmente, como cuando uno adquiere una enfermedad. Para llegar a la recuperación total, es preciso tomar medicinas, que, en este caso, se llaman indulgencias. Sin estas medicinas, el proceso de recuperación sería mucho más largo. Supongamos que un enfermo necesita un tratamiento normal de dos años para recuperarse de su enfermedad y con una medicina especial, en un momento, se recupera totalmente. Eso hace la indulgencia plenaria, curando totalmente los efectos negativos del pecado, en un momento, liberando al alma de un lastre negativo, que le impedía caminar ligera por el camino del bien. Es como quitar todas las malas hierbas del jardín de nuestra alma para que puedan crecer vigorosas las virtudes. Es recuperar totalmente las energías del alma.

 Pues bien, recordemos que todos los días podemos ganar una sola indulgencia plenaria, habiendo confesado unos días antes, comulgando ese mismo día, rezando un Credo y un Padrenuestro y… cumpliendo la obra prescrita para ganar la indulgencia, por ejemplo, rezar el rosario en grupo de personas, o a solas delante del Santísimo Sacramento, leyendo la Biblia durante media hora o adorando a Jesús sacramentado durante media hora o rezando el Vía crucis delante de las estaciones.

 Estas indulgencias, no solamente son aplicables a uno mismo, sino también, en virtud de la misericordia de Dios, a las almas del purgatorio. Es como si estuvieran enfermas y nosotros les consiguiéramos la medicina que las sanara inmediatamente. Como si tuvieran una deuda que pagar y nosotros pagáramos por ellas. De esta manera, consiguen la purificación total y la capacidad plena de amar a Dios por toda la eternidad.


¿Le das tú importancia a las indulgencias?

¿Por qué no ganas una indulgencia plenaria cada día?

 La Palabra de Dios

  Un arma poderosa contra el maligno es la Palabra de Dios. San Pablo dice que es la “espada del espíritu” (Ef 6,18). Jesús venció al diablo en las tres tentaciones del desierto con textos de la Palabra de Dios, y dice: “No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El breviario, que es la oración oficial de la Iglesia, es una oración bíblica, sobre todo, de los Salmos. Una de las partes principales de la misa es la lectura y comentario de la Palabra de Dios, sobre todo, de los Evangelios. Los primeros cristianos, llenos del Espíritu Santo, “hablaban la Palabra de Dios con libertad” (Hech 4,31). Y “la Palabra de Dios fructificaba y se multiplicaba grandemente el número de los discípulos” (Hech 6,7). Pero, “¿cómo creerán sin haber oído de Él? Y ¿cómo oirán, si nadie les predica?… La fe viene de la audición y la audición por la Palabra de Cristo” (Rom 10,14-17).

  

¿Predicas tú la Palabra de Dios?