"El que recibe indignamente el Cuerpo de Cristo, está recibiendo su propia condenación".
(1 Cor 11: 29)
Cada vez se está haciendo más frecuente ver en nuestras iglesias, por un lado, largas colas para recibir la Comunión en la Santa Misa, y por otro lado, los confesionarios siempre vacíos (ni sacerdotes confesando, ni penitentes). Ante ello me asalta una grave pregunta: ¿Están recibiendo dignamente a Jesús sacramentado aquellos que se acercan a la Sagrada Eucaristía? Recordemos que quien recibe a Jesús en pecado mortal comete un grave sacrilegio. Es más, según nos dice San Pablo: "El que recibe indignamente el Cuerpo de Cristo, está recibiendo su propia condenación"(1 Cor 11: 29)
Conozco hombres y mujeres que acuden frecuentemente a recibir a Jesús Sacramentado, pero nunca los veo acercarse a la confesión. Cuando en alguna ocasión me he referido a ello en la predicación de la Misa esperando ser escuchado, no he visto respuesta alguna. Esas mismas personas han seguido comulgando, pero nunca se han acercado a confesarse. Ante esta preocupante realidad tenemos que buscar las causas y una posible solución.
PREGUNTA: ¿Por qué están los confesionarios vacíos? ¿Por qué muchos cristianos se acercan a recibir la Sagrada Comunión sin haberse confesado en mucho tiempo; es más, en estado de pecado mortal?
RESPUESTA: Primero, porque el sacerdote ya no se sienta habitualmente a confesar. Y segundo, porque se ha perdido el sentido del pecado. No digo que el hombre no peque gravemente, sino porque la conciencia se ha hecho tan laxa y permisiva que ha perdido su delicadeza. Para esa nueva conciencia ya nada es pecado grave. Se oye con frecuencia decir a aquél que se acerca en alguna ocasión a confesarse: "Hace cinco años que no me confieso, pero como no mato ni robo…" Luego, cuando uno empieza a preguntarle: ¿Va usted a Misa todos los domingos? Y otras preguntas comunes de la confesión, descubre que hay cantidad de pecados mortales, pero que para esa persona no tienen importancia alguna. No por eso esa persona deja de ser culpable, pues si ha llegado a esa condición de laxitud de conciencia ha sido en la mayoría de los casos por culpa propia.
PREGUNTA: ¿Qué condiciones se requieren para que un católico pueda recibir dignamente la Sagrada Comunión?
RESPUESTA:
Estar en gracia de Dios: para lo cual hay que confesarse previamente si uno tiene conciencia de pecado grave.
Guardar el ayuno eucarístico: una hora antes de comulgar no se puede comer ni beber nada, salvo agua o medicinas.
Saber a quién recibimos. Por eso los niños han de recibir la catequesis antes de realizar su Primera Comunión.
PREGUNTA: ¿Con qué frecuencia de debo confesar si deseo recibir la Comunión todas las semanas?
RESPUESTA: La pregunta está mal formulada. Lo que la Iglesia nos exige es que recibamos a Jesús Sacramentado en estado de gracia santificante; es decir sin pecado mortal. De todos modos, la Iglesia nos manda confesar los pecados mortales al menos una vez al año. Ahora bien, si deseas recibir la Sagrada Comunión todas las semanas, lo mejor es que te confieses al menos una vez al mes aunque no tengas conciencia de pecado grave. Y en el supuesto de que hubiera algún pecado mortal, habría que confesarse siempre antes de recibir la Comunión.
PREGUNTA: ¿Se puede recibir la Comunión de pie y en la mano?
RESPUESTA: La Iglesia aconseja recibir la Comunión de rodillas y en la boca. De rodillas, en señal de adoración a Cristo. Y en la boca, pues nuestras manos no están consagradas para tocar la hostia. A pesar de ello, los obispos de ciertas diócesis autorizan a recibir la Comunión de pie y en la mano. Esta costumbre se ha extendido en muchos lugares, lo que ha llevado a muchos a una pérdida de devoción y respeto a la Sagrada Eucaristía.
PREGUNTA: ¿Se puede recibir la Comunión en pantalones cortos…?
RESPUESTA: No se debe. Es más, para asistir a la Misa se debe estar debidamente vestido. Ciertas prendas de vestir no son aptar para entrar en el templo, pues el templo es un lugar sagrado y debemos vestir acorde con el lugar a donde vamos.
Los frutos de la Sagrada Comunión
Frutos de la Comunión en el alma
Según el R. P. Antonio Royo Marín, los principales efectos de la Sagrada Comunión bien recibida son los siguientes:
La Eucaristía nos une íntimamente con Cristo y, en cierto sentido, nos transforma en Él. Es el primer efecto y más inmediato puesto que en el recibimos real y verdaderamente el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del mismo Cristo. "Yo soy el pan de vida… Yo soy el pan que bajó del cielo… Si uno come de este pan vivirá para siempre y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. En verdad, en verdad, os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y Yo le resucitaré el último día. Porque mi carne mía es verdadera comida y mi sangre es verdaderamente bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en Mí permanece y Yo en él. El que come de este pan vivirá eternamente" (Juan, 6, 35-58).
Los alimentos corporales que comemos, los transformamos en carne propia; por el contrario, al comulgar es Cristo quien nos transforma en Él, haciéndonos cada vez más semejantes a Él. El que comulga bien, puede decir con san Pablo: "Cristo vive en mí" (Gálatas, 2, 20). Esto es una maravillosa realidad.
La Santa Comunión nos une a Cristo de una manera muy estrecha e íntima por medio de una gran caridad y vehemente amor. Después de ser recibido por nosotros, "Jesucristo nos mira como cosa suya propia y nos cuida con especialísimo amor, como cosa a Él perteneciente y nos rodea de singular providencia para que seamos y permanezcamos dignos de Él. No solo tiene cuidado de nuestra alma, sino aun de nuestro propio cuerpo y de toda nuestra persona en orden a nuestra santificación y perfección".
La Eucaristía nos une con la Santísima Trinidad. Es una consecuencia necesaria del hecho de que en la Eucaristía esté real y verdaderamente Cristo entero, con su Cuerpo, Alma y Divinidad. Porque las tres personas divinas –el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son absolutamente inseparables. Donde está una de ellas, tienen que estar forzosamente las otras dos. Y aunque es verdad que el alma en gracia es siempre templo vivo de la Trinidad, la Sagrada Comunión perfecciona ese misterio de la inhabitación trinitaria (Juan 14, 23; 2 Cor. 6, 16). "Así como el Padre, que me ha enviado, vive, y yo vivo por el Padre; así quien me come vivirá por Mí", dice Nuestro Señor (Juan 6, 58).
La Eucaristía aumenta la gracia santificante al darnos la gracia sacramental que alimenta, conforta y vigoriza nuestra vida sobrenatural.
La Eucaristía aumenta la fe, la esperanza y, sobre todo, la caridad. Aumenta la fe por el acto de fe que hacemos al recibir a Cristo en el Sacramento. Aumenta la esperanza porque la Eucaristía es prenda y garantía de la gloria y de la vida eterna. Aumenta, sobre todo, la caridad según aquello de san Pablo: "La caridad de Cristo nos apremia" (2 Cor, 5, 14) ya que la comunión nos une a Cristo. "Es la caridad para con Dios y con el prójimo, una caridad no solo afectiva sino efectiva (nos hace amar a Dios y al prójimo realmente). De este modo la Eucaristía es vínculo de caridad que une los diversos miembros de toda la familia cristiana: a los pobres y a los ricos, a los sabios y a los ignorantes en la misma Santa Mesa; une a todos los pueblos de la cristiandad".
Aumenta, finalmente, todas las demás virtudes infusas (que son la prudencia, la justicia, la fortaleza, y la templanza) y los dones del Espíritu Santo, (que son la sabiduría, el entendimiento, la ciencia, el consejo, la fortaleza, la piedad y el santo temor de Dios). Desde luego la Sagrada Comunión tiene una eficacia santificadora incomparable, ya que la santidad consiste propiamente en el desarrollo y crecimiento perfecto de la gracia y de las virtudes infusas en nuestra alma.
La Eucaristía borra los pecados veniales. La Comunión, siendo un alimento divino, repara las fuerzas del alma perdidas por los pecados veniales. La Comunión excita el acto de caridad y la caridad actual destruye los pecados veniales que son un enfriamiento de la caridad, como el calor destruye al frío. Como el alimento es necesario para restaurar las fuerzas del cuerpo cada día, así la Comunión es necesaria para restaurar las fuerzas del alma perdidas por la concupiscencia mediante los pecados veniales que disminuyen el fervor de la caridad (Suma Teológica III, 79, 4 ).
La Eucaristía perdona indirectamente la pena temporal debida por los pecados. Es decir mientras somos más fervorosos, más recibimos perdón de nuestro purgatorio. La cantidad de la pena remitida estará en proporción con el grado de fervor y devoción al recibir la Eucaristía.
La Eucaristía preserva de los pecados futuros, sobre todo, de los pecados de deshonestidad, por la pureza y castidad de la Carne y Sangre de Cristo que comunica su virtud, su fuerza al que las recibe. La Comunión robustece las fuerzas del alma contra las malas inclinaciones de la naturaleza y nos preserva de los asaltos del demonio al aplicarnos los efectos de la Pasión de Cristo, por la que fue él vencido, dice santo Tomás de Aquino (III, 79,6 y 79,6 ad 1). A un muchacho que había contraído el vicio de pecar, san Felipe Neri le aconsejó la comunión diaria. Él procuraba estar dispuesto para confesarle cuando quisiese y con la comunión diaria quitó al pobre joven su mal hábito deshonesto.
La Eucaristía es prenda de la gloria futura. El mismo Cristo dijo: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo lo resucitaré el último día" (Juan, 6, 54). El Magisterio de la Iglesia lo afirmó en el Concilio de Trento: "Quiso Cristo que la Eucaristía fuera prenda de nuestra futura gloria y perpetua felicidad" (Dz. 875).
Efectos de la Eucaristía en el cuerpo
La Eucaristía, dignamente recibida, santifica en cierto modo el cuerpo mismo del que comulga. El catecismo romano del Concilio de Trento (2ª parte n° 53) dice: "La Eucaristía refrena también y reprime la misma concupiscencia de la carne, porque, al encender en el alma el fuego de la caridad, mitiga los ardores sensuales de nuestro cuerpo".
La Eucaristía confiere el derecho a la resurrección gloriosa de su cuerpo. "El que come mi Cuerpo y bebe mi Sangre, tiene la vida eterna, y Yo le resucitaré el último día" (Juan 6, 54). Se trata de la resurrección gloriosa para la felicidad eterna.
Comulgar es recibir a Dios. Es recibir santificación y fuerza, paz y consuelo, fe, esperanza y caridad. Comulgar es hacerse cada vez más semejante a Cristo, imitando sus virtudes y reproduciendo en sí mismo la vida y comportamiento de Cristo. Comulgar es armarse de la fuerza de Dios contra los vicios y los demonios; comulgar es ir sometiendo poco a poco el cuerpo al alma y ser libre de las esclavitudes de los vicios; comulgar es tener paz en el alma y a su alrededor.
Todos los santos han deseado recibir a menudo la divina Eucaristía; de ella han sacado su santidad y perfección. ¡Dichosos los que comulgan cada día o al menos cada domingo con buena preparación y acción de gracias!
P. Lucas Prados
Fuente: AdelanteLaFe.com